Predicar y dar trigo

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05 feb 2018 / 17:49 h - Actualizado: 05 feb 2018 / 17:49 h.

El soporte que prestan a la memoria los meses iniciales del año es una buena atalaya para otear el pasado. Y, viendo desde ahí el panorama de hace un cuarto de siglo, queda claro que los colores han ido degradándose hasta terminar en este gris insulso que tiñe el suelo sobre el que caminamos ahora mismo. Ya ni se sabe cuanto tiempo hace que España ni aporta algo nuevo a Europa ni en los organismos europeos se nota su presencia; tampoco –mirando hacia adentro– parece haber nada con la suficiente entidad para meter carburante al motor del progreso. Los años en los que la política y los políticos españoles ocupaban espacios centrales en las fotos tomadas en Bruselas o Estrasburgo y, al mismo tiempo, cambiaban España tienen el mismo color sepia que las de nuestros abuelos.

Se puede decir lo que se quiera de la Transición; puede pensarse de ella que consistió en una operación llevada a cabo entre cuatro o cinco personas, que salió bien de chiripa o que no abordó tales o cuales cuestiones, pero la prueba de que el paso de la dictadura a la democracia fue producto de un impulso colectivo está, precisamente, en la evidencia de que cuanto hoy vivimos no es otra cosa que el final de una desaceleración. La fuerza de aquellas ideas –provenientes de posiciones muy diversas pero en contacto unas con otras– se ha agotado y ahora puede que se cacaree muy fuerte pero eso no significa que, bajo el ruido, haya algo que tenga la potencia y la virtualidad necesaria para llevar a cabo una nueva transformación. No es lo mismo predicar que dar trigo.