Durante buena parte del curso cofradiero debatimos, escribimos, hacemos cábalas de las posibles modificaciones que se producirán en el orden y horarios de algunos días de la Semana Santa, tema recurrente y cíclico, pues ciertamente hay itinerarios de hermandades que, en la ida y regreso a la Carrera Oficial, están milimetrados para evitar posibles tapones al discurrir de las otras cofradías, y, por ello, los consiguientes y temidos retrasos, con el pernicioso resultado acumulativo para las que procesionan en los últimos lugares de la jornada. Así pues, es lógico que haya una inquietud permanente entre los responsables de la organización de estos cortejos penitenciales, es entendible que muchas de las reuniones que entre ellos se celebran sean para estudiar las diversas opciones que les lleven a un discurrir más relajado, salvo incidencias no previstas, y que toda la atención se centre en realizar la mejor y más fructífera estación de penitencia, que para eso se organiza este principal culto externo. Además, las incomodidades de un hábito nazareno, de una estancia prolongada en las calles, de un caminar muy lento, de hacer extraordinariamente lo que no estamos acostumbrados de ordinario, es suficiente penitencia para no incrementarla con esos desajustes horarios.
Pero esta vorágine informativa deja relegado lo sustancial, lo prioritario, porque no tiene la atracción mediática de esos pormenores que suscitan un interés desmedido en tertulias y foros varios, como también suele ocurrir con los informes sobre caridad, por ejemplo. Nos olvidamos o relegamos, al menos, el verdadero sentido de contemplar nuestras imágenes sagradas en las calles y configurar los complejos acompañamientos de sus hermanos, que no es otro que el de ofrecer público testimonio de nuestra fe, a la manera de los cofrades, obligación de siempre y necesidad imperiosa en la sociedad actual, caracterizada precisamente por el avance vertiginoso del laicismo, que provoca incluso continuas burlas y mofas de nuestra religión. Y por ello ha de ser un testimonio de verdadero compromiso eclesial, fiel a las Reglas que juramos y consecuente con la doctrina que predicamos participando en la estación anual.