Menú
Viéndolas venir

Propósitos de enmienda

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
01 sep 2019 / 10:31 h - Actualizado: 01 sep 2019 / 10:34 h.
"Viéndolas venir"
  • Alumbrado navideño en la Avenida de la Constitución. / Jesús Barrera
    Alumbrado navideño en la Avenida de la Constitución. / Jesús Barrera

Llegarán las Navidades y esa mañana extraña en que estamos ahítos de sobras mientras vemos el final del concierto de Viena, con el móvil saturado de felicitaciones como churros, pero que nadie se engañe: el año comienza hoy. Anoche debió ser Nochevieja. Esta cuesta de septiembre es la única que no tiene atajos.

De modo que hoy deberíamos manejar esa lista de buenos propósitos que dejamos inútilmente para enero. El momento es ahora. Y más que dejar de fumar, salir a correr o ponernos a dieta, todo lo cual está fantástico, el propósito fundamental debería ser escuchar a los demás. A todos. A cualquiera. A quienquiera que nos hable en casa, en el trabajo, en la sala de espera del médico o en una quedada de hoy domingo. Porque la mayor enfermedad de este siglo, que nos afecta a todos, es una falta de emotividad por nula empatía que nos hace estar juntos como quien yuxtapone cuerpos, unos al lado de otros, robotizados, haciendo lo que se espera de cada cual de cara a la galería, comportándonos, ejerciendo nuestra normalidad ciudadana, educada, civilizadamente, sin llamar la atención, con el orden impuesto de la inercia cotidiana, sin que se oigan los gritos interiores que bullen en estas almas que somos todos, siempre hablando de lo que no nos importa un pimiento, mientras los grandes temas, las aspiraciones, los problemas profundos, los íntimos retos, las felicidades ocultas, los fantasmas personales se dan de bruces en las oscuras habitaciones de nuestros corazones, como zulos sin ventanas de donde no saldrán jamás.

No es necesario el diván ni la tila ni las drogas. Los imprescindibles somos nosotros, los inconscientes de hasta qué punto salvamos la vida de esa persona arañada por un drama que no conocemos con solo sonreírle cuando hace el amago de contarnos algo, de dejar escapar por la espita del despiste, por la válvula de la cháchara intrascendente lo que no fue capaz de contarle a nadie, salvo a nosotros, que parecemos no escucharla. Hay demasiados cuerpos insonorizados alrededor, demasiada gente que nos está gritando desde sus corazones sin que oigamos nada, gente que lleva meses haciéndonos señales desesperadas al otro lado de este cristal opaco tras el que decidimos ir acercándonos a la muerte, desde el feroz individualismo, un día tras otro.