Que nos quiten lo bailao

Dicen que hay que tomarse en serio el síndrome postvacacional, porque provoca cuadros de ansiedad y depresión y síntomas como dolores de cabeza o musculares

Image
02 sep 2017 / 23:04 h - Actualizado: 02 sep 2017 / 23:04 h.
  • Que nos quiten lo bailao

Los psicólogos aseguran que para combatir el síndrome postvacacional (el periodo de inadaptación y malestar provocado por la vuelta a la rutina y las exigencias y responsabilidades del trabajo tras las vacaciones) se pueden probar diferentes trucos, como volver a casa unos días antes para ir «haciéndose el cuerpo» a lo que se avecina, cambiar los horarios en los últimos días de vacaciones o incorporarse al trabajo en mitad de la semana para que ese primer tramo se nos haga más corto. Qué listos los psicólogos. Como si uno no supiera que todo esto es pura distracción.

Yo personalmente, lo digo por si a alguien le funciona, lo primero que hago al acabar unas vacaciones es ponerme a planear las siguientes. Así te incorporas a la rutina con una nueva ilusión. Es lo mismo que hacen los capillitas cuando termina la Semana Santa, que los muy agonías empiezan la cuenta atrás para el año siguiente. Y yo los veo que se pasan el año erre que erre con sus preparativos y ahí están encantados en una situación de esperanza permanente.

Hay que tomarse en serio este síndrome, porque es verdad que provoca síntomas que a veces incluso requieren tratamiento médico; ansiedad, estrés, tristeza, irritabilidad... que se somatizan con dolores de cabeza o musculares, trastornos gastrointestinales, insomnio... en fin, un pesar profundo porque se han acabado los días en los que eres dueño de tu tiempo y has de volver a una vida de reglas y obligaciones. Es muy duro asumir que llegan a su fin los días de libertad y que esos buenos momentos no volverán jamás.

La sensación más nítida que he experimentado de la insoportable condena del paso del tiempo fueron aquellos veranos de mi infancia en los que sentía como una herida cuando el comienzo del curso me confirmaba la certeza de que esas tardes de bicicleta, polo de anís y alberca se habían desvanecido para siempre. Entonces, claro, no existía el síndrome postvacacional, ni siquiera había tantos psicólogos, y nadie le había puesto nombre a esa desazón terrible que te atrapa cuando se han consumido los días dedicados a disfrutar.

Entiendo que esta depresión postveraniega tiene también mucho que ver con el cambio del tiempo y el acortamiento de los días por la reducción de las horas de luz. Está demostrado científica y sobradamente que la percepción de la propia felicidad es directamente proporcional a una mayor o menor cantidad de luz solar, es decir, a días más largos, corazón más contento. Por eso cuando empieza el otoño, y particularmente cuando se produce el cambio al horario de invierno y a las seis de la tarde la oscuridad nos invade, no es tan extraño que nos pongamos especialmente mustios recordando esas tardes interminables en las que el sol nos brinda una compañía alegre y persistente. Y eso que con el cambio climático el sol no está para bromas, pero ni por esas.

Otro consejo de los psicólogos: repartir los periodos de vacaciones en varios intervalos a lo largo del año. Ja. Que cada cual haga lo que le parezca mejor, pero eso sí que no. Las vacaciones tienen que ser de 30 a 35 días para ser vacaciones. Yo voto eso donde haya que votar. Aunque nos tengan que traer de Sanlúcar, o de Chiclana o de Matalascañas a rastras y llorando como bebés. ¿Síndrome postvacacional? Pues que nos quiten lo bailao.