La Tostá

Que vuelvan los diteros

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
18 ago 2019 / 09:05 h - Actualizado: 18 ago 2019 / 09:07 h.
"La Tostá"
  • Que vuelvan los diteros

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Recuerdo cuando se compraba a dita ropa, cortinas, cacharros de cocina o paños de corché para el sofá. Luego tenías que aguantar al ditero viniendo cada mes a cobrar a casa, pero salías y le decías: “Dice mi madre que no está, que para el mes que viene”. Y el buen hombre seguía su camino, a veces rechinando los dientes, pero nunca te embargaba o te quitaba las toallas de Portugal que te vendió con todo el cariño del mundo. El ditero merece un monumento en cada pueblo de España, porque gracias a ellos se podían tener cosas en casa para adornar el mueble bar o unas babuchas de verano. No se firmaba nada, era todo de palabra, y si la cosa iba mal en casa, se ablandaba y decía: “Pepa, no te apures; si la cosa mejora me lo pagas y si no, más se perdió en Cuba”. La de ronchas que le dejaron al ditero que iba a Cuatro Vientos. Hoy compras un televisor y te piden nómina, si la tienes. Si no la tienes, avalista. Lo pagas por el banco, naturalmente, y como lo tienes todo domiciliado, cuando atraviesas una mala racha tienes que andar listo porque todo es ingresarte la nómina y dejarte más tieso que un bacalao. Les da igual si tienes o no para comer o para gasolina. El capitalismo pone a tu alcance todo lo que desees o necesites, hasta el punto de que a veces te crees que eres rico porque te dan todo lo que pidas. Que llega el Rocío y no tienes para preparar la carriola, vas al banco y problema resuelto. Que la niña se ha graduado y te pide un viaje a Praga, al banco. Indudablemente, es un avance social pero estamos hasta el cuello. Recuerdo que mi madre no iba jamás por encima de sus posibilidades. Solo una vez se entrampó en un televisor porque estaba harta de que tuviéramos que ver las películas en casa de los vecinos. Le costó unas trece mil pesetas, si no recuerdo mal, que era una fortuna hace medio siglo. No lo pagaba por el banco, sino directamente a Cardoso, una tienda de Coria del Río. Tardó años en pagar el dichoso Ínter de doble pantalla, pero jamás nos quedamos sin comer por haber comprado un televisor. “Esta semana no te puedo dar nada, Cardoso”. Y el buen hombre le decía que no había ningún problema. Luego llegaron los grandes almacenes y las tarjetas de crédito, y los diteros fueron desapareciendo de los pueblos y las barriadas humildes de las ciudades. Regresaron cuando la crisis, pero de nuevo han desaparecido o cada vez se ven menos estos héroes de la posguerra que iban con las telas al hombro o con una maleta llena de enseres de cocina. Eran celebridades en los pueblos. Creo que después del alcalde, el cura y el municipal, el ditero era el más querido, un personaje casi religioso.