Queipo

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18 ago 2017 / 08:21 h - Actualizado: 18 ago 2017 / 08:22 h.

Las polémicas de Sevilla son recurrentes y por una vez coincidiré con los conspicuos columnistas de esta ciudad, en los que la complacencia con el poder intemporal resulta una máxima.

Hoy toca Queipo. La diatriba no es otra que dilucidar si es potestad de la Hermandad de la Macarena decidir a quién alberga en su templo; no en vano, la de Los Gitanos acoge los restos de Cayetana de Alba y, aunque también sería digno de análisis lo relativo a esta estirpe, tan vinculada con la victoria de los Borbones en 1714 en Catalunya y la aniquilación de sus adversarios, lo cierto es que no hallo objeción alguna a que repose allí.

Salvo Diego Martínez Barrio, que evocaba desde su modesto estudio en las afueras de París el Parque de María Luisa y quiso explícitamente retornar a Sevilla, todos los demás casos son contumaces en el desdén; ya sea Machado en Colliure o Azaña en Montauban.

Es obvio que la transición de España es ejemplo de perpetuación del dominio de los vencedores y sus herederos. Pero es que la vida no siempre es justa, más bien raras veces lo es, incluso en el sentido kantiano de la retribución.

Pero la memoria es útil, porque pisar las losas sobre el felón Queipo, también nos evoca Casa Cornelio o los cadáveres colgados como reclamo en su linde.

Que permanezca en la Basílica, es memoria de los oprobios, asesinatos y violaciones múltiples que rodearon al personaje, traidor a la República y después vanamente a Franco.

Las derrotas son pistas de otras historias posibles, como lo es que Azaña o Machado no quisieran retornar, éste último pese a «esos días azules y ese sol de mi infancia».

Los héroes no solo son rememorados por ganar. Las balas en el Palacio de la Moneda de Santiago, han contribuido a preservar el ideal democrático y revolucionario. Bien está que no releguemos a olvido dónde está Queipo y por qué. Los crepúsculos no se explican sin el amanecer.

Y aunque sé que al Alcalde Espadas no le gusta cuanto escribo, que esta polémica brinde sinsentido a los hijos y nietos de las víctimas y pretexto a los heterodoxos y rebeldes que vendrán. Esta es la dulce revancha, baste releer a Séneca y hacer un humilde ejercicio de relatividad sobre la propia fatalidad.

Cernuda reposa en el Panteón Jardín de Méjico, donde no crecen las adelfas.

Cuentan empero que alguna vez en su derredor hay un vago aroma a azahar; perfume que nadie hollará sobre el infausto Queipo.