El asunto de los residuos es cosa de pipita y almendra, que diría mi madre. Ahí te quiero ver a millones de personas convencidas de la responsabilidad particular de clasificar los residuos para su posterior reciclado y los ayuntamientos gastando ingentes cantidades de dinero público en la gestión de ese residuo. Nos han convencido de que el residuo de grandes marcas es nuestro, y la responsabilidad también, y así nos convierten en mano de obra y gestores gratuitos del residuo generado por otro.
La semana pasada pisé por primera vez un MacDonald’s. No entro a comparar lo que allí se entiende como comida con la comida de tapas de, por ejemplo, Taberna Jicales, Casa Curro o Taberna Espartero en Osuna, incomparables en sabor, calidad, variedad, profesionalidad o atención, ya sabía que iba a un espacio de comida basura y no esperaba ser sorprendido. Lo que sí me llamó la atención fue la cantidad de residuos que genera el establecimiento para la venta de sus productos, para su propio beneficio, para vender su marca, y cómo en un ejercicio de puro trilerismo ecológico te lo endiña como si fuese tuyo para que lo clasifiques y lo coloques en sus contenedores.
Lo que en un bar es un plato y un vaso que retirará el camarero para su limpieza y reutilización sin más residuo, en MacDonald’s es un cerro de basura de papel, cartón y plástico que te convierte en mano de obra gratis si no quieres quedar ante la parroquia como un guarro. Ya sabrán cómo quedé por no hacerme cargo de la basura de MacDonald’s; en mi interior muy satisfecho. ~