Viéndolas venir

Quién soy yo

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
11 dic 2018 / 07:30 h - Actualizado: 10 dic 2018 / 08:09 h.
"Viéndolas venir"

Cuando nació mi hijo, entre las idas y venidas por el pasillo hospitalario para hacerle las pruebas preceptivas, para que me enseñaran a bañarlo sin que me temblaran las manos y para que me advirtieran de qué día debía caérsele aquel pellejo del ombligo, coincidí varias veces con una gitana más desenvuelta que yo que había parido a una niña preciosa y vestía la misma bata que mi mujer. Nos cruzamos las miradas con la certidumbre mutua de que nos habíamos visto en otra parte, pero ninguno de los dos nos hablamos, sino que nos sonreímos tímidamente cuando, algunas semanas después, nos reconocimos en la puerta de un templo, ella pidiendo limosna, tirada en el suelo con su bebé en el regazo, y yo tratando de empinar el carrito con la justa suavidad como para que mi bebé no se resbalara dentro del capazo.

Desde entonces -nuestros niños tienen ya nueve años- nos saludamos por la calle y nos decimos algún cumplido. Lo alta que está su niña, lo guapo que está el mío. A mi hijo le vuelvo a recordar que los dos nacieron en el mismo hospital, pared con pared, prácticamente al mismo tiempo. Y en su mirada advierto la justa inteligencia para descubrir íntimamente, sin que hablemos de ello, que la vida es siempre un regalo al azar, un capricho ajeno a nuestras voluntades.

Refiero el episodio, tan a mano, para subrayar no solo lo azaroso de la existencia, sino también nuestro derecho a no ser los mismos al comienzo y en medio de esta, o al final. Chaves Nogales tenía un relato sobre un tipo que reivindicaba su derecho a cambiar de opinión porque él no era en absoluto el mismo que cuando joven, y lo argumentaba, con entre otras razones, echando mano de la regeneración celular. Las células del cuerpo mueren tan a prisa que en poco tiempo no queda absoluta ninguna del principio, con lo que podríamos considerar que somos un cuerpo nuevo. Creo recordar que también ponía el ejemplo de un cuchillo estropeado al que se le cambia primero el mango y luego la hoja, de modo que el cuchillo renovado es absolutamente nuevo. Eso nos hacen las circunstancias, tantas veces azarosas también, de la vida: fundirnos de nuevo como se funden las campanas.

De modo que esa cabezonería a la que llamamos coherencia personal es muchas veces pura incoherencia, la absurda insistencia en que debemos pensar exactamente lo mismo que pensábamos hace diez, veinte, treinta años, la incomprensible ceguera que nos impide considerar coherente la natural evolución, el lógico aprendizaje, el esperable perspectivismo que nos van conformando los años...

En Meditaciones del Quijote, el primer gran libro de Ortega y Gasset que lo consagra a él como filósofo y motor de toda una generación que llevó el nombre del año en que comenzaba la peor guerra que había sufrido hasta entonces la humanidad, escribe sin vaticinar su éxito: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. ¿Y quién soy yo? Podríamos preguntarnos desde entonces. Yo soy el que soy después de ir salvando continuamente mi circunstancia, podríamos respondernos. Lo digo porque toda esa gente que vota atendiendo a la inercia de quien cree que es sin mirarse la circunstancia que la construye está abocada a una deconstrucción que amenaza no solo con destruirla a ella, sino a la circunstancia que comparte con tanta gente sin saberlo, o sin quererlo saber.