Escribo en domingo e imagino a estas horas las dagas afiladas de la política de fontanería en la izquierda, sobre todo en las filas socialista, de cara a los resultados electorales gallegos y vascos. Digo esto entendiendo que el panorama del socialismo español merece un análisis pausado. Quizás el partido socialista nada en la cloaca de sus propios errores y la lucha fratricida de Sánchez y Díaz no sean más que esas interminables luchas personales, vacías de confrontación ideológica, que se libran con las armas de la mala leche y el trapicheo orgánico. Quizás tengan más de eso que de otra cosa.
Quizás alguien creyó que Sánchez moriría un 21D, que no resistiría la presión del partido, que no sería capaz de cuestionar la opinión de quiénes allí lo pusieron –en política siempre te ponen–, alguien pensó que el hombre de paja no llegaría a la Nochebuena. Quizás esos mismos pensaron que Susana Díaz, la que contaba con todos los beneplácitos de todos los poderes, tendría un camino triunfal en sus conquistas más allá de Despeñaperros, quizás alguna gente del partido pensaron que aún eran mandamases sin objeción.
Estamos a un año de aquel enjuague de fontaneros políticos que mandó a Sánchez a la derrota y Sánchez está vivo, se postula con descaro para intentar ser presidente, hace que Susana Díaz y ciertos barones vean muy lejos los objetivos marcados, que Madrid quede muy lejos de Sevilla. Quizás Sánchez no sea tan torpe como quiere hacernos ver el socialismo rociero que gobierna Andalucía y sea capaz de entender el colorido de la Carrera de San Jerónimo mejor que sus barones y su baronesa.