Ración de Lady Di para abdicar de la verdad

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
31 ago 2017 / 23:31 h - Actualizado: 31 ago 2017 / 22:36 h.
"Pasa la vida"

El relanzamiento planetario del mito de Lady Di, a cuenta de la redondez del vigésimo aniversario de su muerte, y con cuatro puntos cardinales: icono femenino, rebelde con causa, princesa del pueblo y víctima del sistema, orienta con más fulgor sobre la dosis de autoengaño que continuamente se ofrece o se demanda en nuestra sociedad. Con referentes galácticos o de andar por casa. Catálogo de mitos a los que se da una pátina de verosimilitud para reponerlos en el escaparate en perfecto estado de revista, y separata de ídolos para usar y olvidar tras cumplir su función placebo durante una temporada. De ambas categorías se venden desde la política, la cultura, el deporte, el periodismo, la empresa, la justicia, la banca, el ecologismo, la solidaridad,... Y mucha gente los asume sin hacerles la prueba del algodón. Porque quieren creer que encarnan lo que admiran, lo que envidian, lo que reivindican, lo que sufren, lo que sueñan.

Cuando Lady Di falleció trágicamente en 1997 en París, en una persecución nocturna donde la realidad superó a la ficción (chófer drogado, coche a una velocidad de locos, fotógrafos a la caza de su imagen junto a su nueva pareja, para más inri hijo de un magnate egipcio...), podía entenderse en mayor medida que la opinión pública orillara todas las verdades descubiertas y profusamente cotilleadas sobre la cínica vida dentro y fuera de las alcobas en la realeza británica. El impacto mediático del suceso, y la enorme carga de morbo adosada al devenir de una monarquía otrora poderosa y de ademanes impecables, edificaron en veinticuatro horas el culto a Diana Spencer como heroína. En 2017, cuando al Reino Unido con el brexit también se le han caído los palos del sombrajo sobre su inteligencia política, y cuando existe consenso a nivel internacional sobre la falta de líderes para gobernar la globalización como bomberos y no como pirómanos, se restaura la aureola de Lady Di como si fuera la Libertad guiando al pueblo en palacio. La madrina de todas las ONG con causas justas. La cenicienta engañada en el cuento de hadas. La mártir de un televisado y colosal matrimonio de conveniencia para mantener a flote una monarquía que ya no podía asirse en la coartada imperial y dudaba de su estabilidad en una sociedad pop.

La única contribución notable de Diana Spencer a la modernidad fue desmontar el espejismo de ejemplaridad de reyes y reinas, príncipes y princesas, herederos y consortes. Lo contó todo, también sus deslealtades, en la entrevista que quiso dar a la BBC en 1995, cuando aún no se tramitado el divorcio y era Alteza Real. Pero gana terreno cada vez más la Sociedad del Entretenimiento (donde la información se aviene a ser el bufón del negocio y la aspirina de los agobios) y, en lugar de organizarse mucha ciudadanía el elenco de ídolos con las verdades archisabidas, prefiere abdicar de su soberanía en la Sociedad del Conocimiento para autoengañarse con personajes de mentira.