En Sevilla, todos los que nos movemos por el mundo eclesial o estamos vinculados a uno o varios movimientos laicales, conocemos al típico experto en liturgia que, o bien a la antigua usanza, o bien haciéndose eco de modos novedosos, conoce al dedillo las celebraciones, las prepara y dirige de forma excepcional y por eso le vamos dejando que haga las cosas como le gusta, como las ve mejor o más apropiadas en uno u otro grupo.
Como siempre, están divididos en dos: los benedictinos, que apuestan por el mantenimiento de las tradiciones y usos del vetus ordo, rito antiguo o formas preconciliares que atraen a los que buscan ante todo la corrección y el cumplimiento de la rúbrica (o sea, del libro de instrucciones de la liturgia) y los franciscanos o bergoglianos, que no consideran tan importantes los ornamentos, los vasos sagrados de aspecto lujoso y las oraciones en latín para dejar que sea la vivencia de la ceremonia la que destaque y se introduzca en el espíritu de los fieles.
Tanto unos como otros aportan múltiples razones, y me gusta escucharles cuando discuten por detalles que luego resultan tener gran hondura. Detalles que no dejan de sorprendernos, como la firme opinión del cardenal Sarah, prefecto para el culto divino nombrado por el papa Francisco, acerca de la orientación del sacerdote de espaldas al pueblo para que todos miren hacia el mismo punto. El propio Papa, del que podría esperarse que no optara por dicha iniciativa, le ha encomendado que siga estudiando esta propuesta, que acerca a los más renovadores a los que conservan dichas formas, perdiendo sentido que una casulla bordada o un órgano separen a los que no les importa que el sacerdote sólo use una estola de colores, o creen firmemente en la capacidad de la guitarra como instrumento litúrgico.
Tengo ganas de que llegue el primer domingo de Adviento, para saber qué templos y parroquias, qué hermandades y movimientos se atreverán a este cambio tan importante y esperado. Esos ratones de sacristía, cada uno con sus razones y argumentos, optarán fervorosamente por la idea del cardenal Sarah o la desecharán por recordar una anticualla fuera de uso.
Ratones de sacristía, de alba blanca o de sotana y roquete, sacristanes cuidadosos o improvisados que, cada domingo, cada semana, algunos cada día, con mucho conocimiento o tan sólo con piedad popular, hacen posible que el culto cristiano se siga celebrando en tantos templos o capillas de nuestra tierra.
Como sois, como habéis crecido y aprendido, sois fieles servidores del Señor. Gracias por todo lo que habéis hecho y lo que os queda por lograr. Gracias por saber tanto de Dios... cada uno a vuestra forma.