Sevilla ha sido siempre algo así como la Meca de la saeta. No porque nacieran más saeteros y saeteras que en cualquier otra ciudad andaluza, sino porque, además de los que vinieron al mundo en la capital andaluza, hay que contar con quienes vinieron de fuera e hicieron una obra de arte de este cante, desde Chacón y Manuel Torres hasta El Gloria y su hermana Luisa Ramos La Pompi. Sin Jerez de la Frontera, la saeta sevillana no sería tan flamenca como es, porque hasta La Niña de los Peines, su hermano Tomás y Antonio Mairena se basaron en los ya citados genios jerezanos.
Aunque pocas veces se ha relacionado a don Antonio Chacón con la saeta (Jerez de la Frontera, 1869-Madrid, 1929), lo cierto es que fue un gran maestro de este difícil estilo de cante jondo. Una noche le cantó doce saetas a la Macarena, como quedó reflejado en la prensa de la época, los años veinte. Pero el gran maestro no fue nunca lo que se llama un especialista, como lo fue años más tarde otro jerezano, Rafael Ramos Antúnez El Gloria. Incluso Manuel Torres, quizá el genio de este palo, el cantaor más desconcertante y enduendado de su época.
¿Por qué había entonces más figuras de la saeta que en la actualidad? Sencillamente, porque había mejores cantaores y mejores cantaoras. Cuando en los años veinte llegaba la Semana Santa, solían cantar en los balcones de Sevilla, Pastora Pavón, La Finito, Manuel Torres, Paco Mazaco, El Pena, Tomás Pavón, El Gloria, Manuel Centeno, Manuel Vallejo y El Pinto. No vivían de la saeta y la cantaban a veces por compromiso con algún amigo aficionado, generalmente ganaderos y toreros. La noche que cantaba Manuel Torres en la Sierpes o Cuna, los aficionados no iban a trabajar al día siguiente y no se iban hasta que estaban seguros de que no iba a cantar más.
A finales de los años veinte el Arzobispado de Sevilla prohibió la saeta pagada en los balcones para potenciar la figura del saetero espontáneo, en la calle, que es como se cantaba la saeta en el XIX. Al final no fue posible acabar con la tradición de cantar en los balcones y en los años treinta, con las nuevas figuras del estilo, hubo como un renacer de este cante tan difícil de interpretar. En esos años surgió una nueva figura del palo, Antonio Mairena, de Mairena del Alcor, quien a partir de entonces fue una voz con mucha presencia en los balcones y hermandades de Sevilla. También Manolo Caracol, Pepe Valencia o La Niña de la Alfalfa, esta última ya de otra escuela algo más lírica que flamenca.
Uno de los últimos grandes saeteros de Sevilla fue Manuel Mairena, el hermano menor de Antonio Mairena. Mairena del Alcor es sin duda un pueblo saetero, además con un estilo local de un corte muy flamenco y con influencia de la saeta por seguiriyas que hacían Manuel Torres y El Gloria. Manolo Mairena se convirtió en la primera figura y lo fue hasta su muerte. Él y José el de la Tomasa –la gran figura de hoy– protagonizaron noches memorables en la Semana Santa de Sevilla, con Mercedes Cubero y Pili del Castillo, dos de las saeteras más destacadas de este tiempo.
No es que hoy no haya buenos saeteros y buenas saeteras, pero no se puede decir que sea una buena época para este estilo, entre otras cosas porque Sevilla se está quedando sin figuras del cante jondo en general y las nuevas voces de éxito no se inclinan mucho por la saeta, un cante que no da mucho dinero y que, en cambio, te puede dar una mala noche en algún balcón si coges una bocanada de aire frío o te sale un inoportuno gallo ante dos mil personas.