Reflexión absurda sobre el alma humana

Toda explicación que trate de ser cierta cuando el asunto que se está ventilando tiene que ver con eso que no podemos tocar, ni ver, ni guardar, puede ser de una belleza aplastante y de una inutilidad pasmosa

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29 abr 2017 / 08:38 h - Actualizado: 29 abr 2017 / 08:41 h.
"La vida del revés"

Si es verdad que el alma existe también es verdad que en algún lugar se encuentra. La nuestra, la de otros, la de los muertos. Quizás el universo está lleno de ellas yendo de un sitio a otro sin rumbo fijo, quizás se amontonan en eso que el cristianismo llama cielo, cabe la posibilidad de que se mezclen unas con otras para que las nuevas nos den vida a todos. Así, el alma de una fiera y la de un ser infeliz nacerían de nuevo siendo la de un hombre cruel.

Una explicación tan bella como inútil. Toda explicación que trate de ser cierta cuando el asunto que se está ventilando tiene que ver con eso que no podemos tocar, ni ver, ni guardar, puede ser de una belleza aplastante y de una inutilidad pasmosa. Pero el ser humano está muy acostumbrado a los alardes más absurdos. Nos gusta dar vueltas a lo innecesario, nos gusta controlar la situación aunque no sirva de nada.

En cualquier caso, me entusiasma (sabiendo que es algo sin la menor importancia) pensar que las mejores almas, si es que existen, se conjuraron para que Mozart naciera pudiendo crear un universo eterno hecho de música, que almas bondadosas se arriman unas a otras para entrar en un pequeño cuerpo que termina siendo Teresa de Calcuta, que las más juguetonas eligen ser Groucho Marx, o las que tienen una racha fatal se encarnan en unas alhajas como fueron Hitler, Stalin o cualquiera de los que andan por el mundo pegando tiros y haciendo estallar bombas a diestro y siniestro.

Me gusta pensar estas cosas. Porque alivia. El alma representa (es) la eternidad del ser humano. Caben tantas posibilidades como ratos dedicados a imaginar.

Podría ser que fuéramos un simple reflejo de espíritus fallidos, puestos a prueba hasta mejorar o reparar el error. De ahí podría llegarnos la explicación a lo efímero de nuestro vivir, no de nuestra existencia. El mundo sería, entonces, un gran taller dedicado a la pureza, Dios un mecánico de almas estropeadas preguntándose de dónde viene, cuál es su futuro, quién es su Dios. Cada planeta un taller en el que se depositan elementos defectuosos, las estrellas grandes luminarias, el cielo (nuestro cielo) una lupa. Y nosotros lo que siempre tememos ser. Nada, una ilusión. Eterna, pero una ilusión al fin y al cabo. Imperfecta.

Lo que no quiero pensar es que seamos lo que parece más evidente. Un cuerpo fruto de la evolución biológica, del azar, del acierto al elegir una posibilidad entre miles de billones de no sabemos qué o quién, un cuerpo condenado a morir y a no ser nada. Ni siquiera una mala ilusión. Un ser imperfecto sin posibilidad de mejorar salvo si es a costa de destrozar su entorno o a sus iguales.

Eso sería una estafa. La gran estafa.

Como usted puede comprobar, este razonamiento podría resultar atractivo para algunos, pero es, sencillamente, inútil para todos. Estas cosas se hacen porque estamos convencidos de tener alma (al menos somos bastantes), porque el miedo es libre y este tipo de razonamiento nos permite tener esperanza en algo que somos incapaces de imaginar, pero algo que nos convertiría en seres eternos.

Me viene a la cabeza una frase de la novela de Truman Capote, A sangre fría, que dice lo siguiente: «¿Qué más da? En la eternidad todo es lo mismo. Porque recuerda esto: si un pájaro llevara la arena, grano a grano, de un lado a otro del océano, cuando la hubiera transportado toda, eso sólo sería el principio de la eternidad». Y pienso: ¿realmente eso es lo que queremos?