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Reflexiones de un escritor (y 3)

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27 sep 2016 / 23:58 h - Actualizado: 28 sep 2016 / 00:00 h.

Uno de mis personajes ha matado a otro. No sé qué es lo que le ha llevado a cometer el crimen. Los dejé discutiendo en un bar y uno (el malo, el que tenía que cargarse a tres o cuatro durante la novela, incluido el asesino) ha muerto. Una muerte horrible, por cierto. Me parecía a mí que le faltaba carácter para hacer algo así, que era un pobre hombre dispuesto a tragar con lo que le echaran, que pasaría de puntillas por mi novela haciendo de bisagra para que otros personajes llegasen más iluminados hasta la siguiente escena. No pienso preguntarle nada. Ahora le tengo en el lavabo comunitario de la pensión en la que vive. Se está duchando y sonríe mientras recuerda cómo se ha cargado a ese idiota, sabiendo que este es el principio de una nueva vida para él. Sabe que parecía una mosquita muerta aunque ocultaba una fiera difícil de manejar. Hoy irá hasta el barrio chino para pasar la noche con alguna chica a la que no pagará. Ya puede imaginar el par de guantazos que le va a sacudir si se pone tonta. En fin, mi personaje ha decidido asumir el papel de personaje estereotipado (lo sé porque está empezando a pensar en secuestrar chicas para violarlas y coleccionar sus uñas del dedo gordo). Le gusta sentirse protagonista aún sabiendo que deja atrás la carga literaria de lo que fue. Quiere ser alguien.

Pobre. Acabo de situar el cursor justo antes de que se liase a martillazos con el otro. Marcaré el bloque y borraré. Y él será, de nuevo, un pusilánime en el que nadie se verá reflejado. Clic. Ya está. Vuelvo a tener novela en marcha con un buen secundario. Y prometo no volver a escribir cuando se me cierran los ojos por el sueño.