A finales del 2017, nuestra economía ha recuperado el volumen del 2008. Volvemos a ser la octava economía mundial, como en aquel año, y hemos terminado con datos importantes: crecimiento del PIB en un 3,1 por cietno, del empleo en un 2,9 por cietno, disminución de la tasa de paro al 15,8 por cietno, crecimiento del IPC al 2 por cietno, del déficit público al 3,2 por cietno del PIB, de las exportaciones al 5,2 por cietno y de la FBCF un 5 por cietno. Un cuadro macroeconómico que certifica la defunción de la recesión y la constatación de que la gestión de la crisis por parte del gobierno ha sido, en términos generales, adecuada. Y ello, aunque despunten ciertos signos de debilidad, como la inestabilidad de Cataluña o la ralentización del consumo
Ahora bien, los indicadores detectan que no se puede abordar el futuro con optimismo si no se abordan reformas estructurales, reformas de modelo de crecimiento, tales como reformas en el mercado de trabajo (transformación del empleo precario con bajos salarios a otro modelo que reactive la renta disponible de los hogares), dotarnos de una mayor base industrial sin renunciar al terciario/turismo, acometer cambios en el sistema de I+D+i, mejorar el grado de productividad/competitividad de nuestra economía y de nuestro sistema educativo e iniciar la urgente reforma del sistema de pensiones. Para ello será necesario llegar a acuerdos/consensos de las fuerzas políticas sobre aspectos fundamentales de nuestra macroeconomía. La acción del Gobierno, por si sola, no es suficiente. ¿Necesitaremos reconvertir a nuestros partidos actuales?