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Regalos

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29 dic 2017 / 20:44 h - Actualizado: 29 dic 2017 / 22:07 h.

No es el objeto, sino su uso. No es lo que se tiene, sino lo que se hace con ello. No es un libro lo que transforma a uno en alguien más culto o más sabio, sino leerlo y que le aproveche. No es qué, es cómo. Uno puede vivir Nueva York como Paul Auster, como Washington Irving o como las Campos. Al que sabe adónde va, un buen par de zapatos. A quien sueña, una buena almohada. Al enfermo de melancolía, una pipa y un viaje en tren. Hay personas cuya relación con los libros se limita a imaginarse que leen, y que viajan copiando viajes ajenos. Y eso sucede porque el mundo ha apostado por la fascinación como motor del mercado y por el tópico como argumento, y ha convertido al grueso de la población en gente necesitada de espectáculo, transformando para ese menester el lazo en sentimiento; el papel, en regalo; el obsequio, en reproche; la cosa, en poseedora y no en poseída, que es lo que debiera ser. Regalamos porque creemos que no tenemos más remedio, así que el regalo se vuelve un acto de humillación en lugar de un acto de homenaje, y compramos lo que menos nos incordia comprar, lo que no cueste más que aquello que nos van a dar a cambio o cualquier cosa ajustada de precio con la que salir del paso. Dicen que un tercio de la gente detesta los regalos que les hacen. Me gustaría saber cuánta odia los regalos que hace, porque me temo que sería una proporción aún mayor. No sé. No me imagino a los Reyes haciendo todo este camino para eso. Hay que pensar lo que se regala, aunque sea barato, aunque sea gratis o aunque al final no sea nada. Hay que tener dignidad hasta para la indiferencia. Si no sabes ser un rey, mejor no regales. Cualquier cosa menos cualquier cosa. ~