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Respiramos mentiras

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
13 abr 2017 / 21:23 h - Actualizado: 15 abr 2017 / 14:01 h.
"Pasa la vida"

La película ‘Negación’ fue realizada en 2016, a la vez que la Universidad de Oxford consideraba que la palabra ‘post-truth’ (’posverdad’) era la que mejor representaba la tendencia más significativa de cómo giraba el mundo durante el pasado año. Su estreno en España se ha hecho coincidir con la Semana Santa, quizá porque la protagonista es una judía sometida a un juicio. O quizá porque es un periodo en el que la cartelera se renueva en miércoles y no en viernes, y así muchos adeptos a ver cine en su mejor ambiente (en pantalla grande, a oscuras y en silencio) tienen, en estas fechas de ritos y vacaciones, más opciones de disfrutar con una producción cinematográfica adscrita a un género clásico y gustoso para el público adulto: ‘basada en un caso real’. Y no solo es real, sino que la perversión moral de lo sucedido en 1993 (la escritora Deborah Lipstadt teniendo que demostrar ante un tribunal británico que fue verdad el holocausto judío perpetrado por los nazis 50 años antes, y negado por el historiador David Irving, autor de la demanda contra ella) entronca con uno de los rasgos más definitorios de nuestro acontecer diario: es de tal calibre la producción y propagación de mentiras con apariencia de veracidad que abona el terreno para conformar la mentalidad y el estado de opinión. Hasta el punto de condicionar hacia una actitud de mayor especticismo para interesarse menos por las auténticas verdades, e incluso descartarlas cuando llegan a nosotros como testimonio, referencia o criterio.

No se equivoquen. El planeta de la posverdad y del negacionismo habita entre nosotros a todos los niveles. No es solo materia de Trump y Putin con su cínica geopolítica. No es privativo de grupos fanáticos buscando adeptos. Recuerden el negacionismo de las consecuencias mortales que los cigarrillos de tabaco causan a la salud. Recapaciten sobre la posverdad urdida y ventilada durante años contra las primeras profesoras que se atrevieron a denunciar en la Universidad de Sevilla los acosos y abusos de un colega de Ciencias de la Educación, para más inri elevado a decano. Rememoren el calvario de los funcionarios que, ante el mal uso del dinero público, se han atrevido a defender la ley y la ética en lugar de mirar para otro lado, como sus compañeros de oficina. O, si quieren un ejemplo más ‘glamuroso’, la pertinaz ola de personajes famosos aconsejando la bondad de chorradas con las que se sugestione el paisanaje en busca de dietas, bálsamos o antídotos.

Nunca hemos tenido más cerca el acceso libre, gratuito y universal a los conocimientos esclarecedores. Pero la verdad sufre un constante asedio. Quienes la acreditan se ven inquisitorialmente sometidos a tener que demostrar la inocencia de sus argumentos. Porque no estamos acostumbrados a incorporar a nuestros hábitos el de la higiene mental, como sí hemos interiorizado la conveniencia de lavarnos los dientes. En un alto porcentaje de temas preferimos no esforzarnos: resulta más cómodo activar el piloto automático de los apriorismos, o de los intereses creados, o de las monsergas. Respiramos mentiras. Y nos acostumbramos a vivir de acuerdo a esa contaminación ambiental.