A la luz de la historia, del fotoperiodismo, de la propia historia de la fotografía y también y porqué no, de la psiquiatría, Endre Ernö Friedmann -el verdadero nombre de Robert Capa- (Budapest 1913-Vietnam 1954), es un personaje fascinante por ese desdoblamiento que hace de su personalidad al utilizar un pseudónimo; por compartirlo con su compañera y también fotógrafa Gerta Pohorylle, quien a su vez utilizó otro heterónimo -Gerda Taro- para sus obras; por esa atracción hacia el abismo que significa la información -en su caso gráfica y a veces textual- desde las primeras líneas de cualquier conflicto; y por todo lo que vamos a ver en esta exposición que permanecerá abierta en el Caixafórum de Sevilla hasta el 13 de mayo: el desdoblamiento que supone la ausencia de dolor (salvo muy escasas excepciones aquí), para mostrar el lado alegre de la vida, algo así como si Endre/Robert tuviese además de una doble identidad, un desdoblamiento que le hiciera -captando el lujo de los escenarios de Hollywood, los lugares de diversión de la alta y mediana burguesía internacional y los celebrities de su época- desquitarse de todo sufrimiento padecido y lo hiciera por cuestiones tan comprensibles como su propia salud mental y los breves periodos de paz en medio de los intereses geopolíticos internacionales.
Si hacemos un recuento de los conflictos que «retrató» y en consecuencia vivió, tenemos una de las versiones más espeluznantes de la Humanidad en el segundo cuarto del siglo XX, comenzando por los que se originaron en su Hungría natal con el ascenso de la dictadura de extrema derecha, motivo por el cual debe abandonar en 1931 su ciudad natal -Budapest- originando con esto su primer exilio a Berlín; y con una nueva huida esta vez hacia París, tras atisbar los horrores del nazismo en Alemania.
Pero es ahí, en Berlín y por influencia de Gerta/Gerda, a la que conoce allí y se hace su compañero, donde precisamente se inicia en la fotografía, decantándose por la más temeraria de todas: el fotorreporterismo de guerra, cubriendo en primer lugar la Civil española; la guerra chino-japonesa: las grandes batallas llenas de heridos, cadáveres mutilados, ciudades enteras arrasadas de la Segunda Guerra Mundial; la árabe-israelí y quinta, y en la que falleció: la de Indochina.
De todo ello nos dejó los que son los máximos exponentes del siglo XX: Sus fotos de la Liberación de París, del Día D en el Desembarco de Normandía, de los milicianos de la Guerra Civil española, del nacimiento traumático de Israel, y de los soldados, armamentos y paisajes de Vietnam, donde una mina antipersona acabó con su vida a los 40 años de edad.
De nada de esto o sólo de pasada afortunadamente versa esta exposición, que se detiene en captar al «otro Capa», al de los momentos de paz, al de los años dorados del cine, al que capta al pintor más universal entonces como era Picasso, en los escritores, actores y directores de cine míticos como Ernest Hemingway, Truman Capote, John Ford, Orson Welles, Roberto Rosellini, Humphrey Bogart, Ava Gardner, Capucine, Ingrid Bergman...un mundo dorado, un espejismo ajeno al sufrimiento de las víctimas, refugiados, inmigrantes...
Si he de ser sincera, nunca he tenido claro a los fotoperiodistas que dieron su vida por causas justas, por cumplir su deber profesional, humano y humanitario, y por eso me debato entre su radicalidad y su compromiso ético, y si la fotografía entonces no es sino el resultado de ese ansia por denunciar toda injusticia. Intentando ahora comprenderle, me pareció desde sus principios alguien que por razones desconocidas (esa predisposición bioquímica de la que hablan los neurólogos y que controla o no el miedo), le condujo a esa labor de mesianismo que le hizo llegar a sus últimas consecuencias. Pero ¿qué esperar de un judío de izquierda en un mundo convulso en donde se hace activista en primera persona? Después, lo consideré un kamikaze. ¿Por qué tanto él como su compañera optaron por situarse en una posición tan extrema? Lamentablemente el mundo ahora y antes, exige unos mártires que con la palabra, la imagen, una cámara o bolígrafo y papel, muestren al mundo el sufrimiento que padecen otros hombres y mujeres o países enteros. La guerra, las catástrofes, requieren de estos seres extraordinarios para los que su vida no vale nada al lado de lo que denuncian.
Los fotoperiodistas de guerra son gente especial, una mezcla de valentía, espíritu romántico, solidaridad, empatía, inconsciencia, atracción x el riesgo, algo de ese instinto de superación, de creer q van a ser capaces de cumplir su «misión» y salir sanos y salvos. Por otra parte, son los destinados a portar en su mano la antorcha que ilumina al mundo, la Justicia, la Verdad, la denuncia de los crímenes contra cualquier tipo de impunidad. Unos héroes o en cualquier caso referentes éticos de la sociedad.
La exposición versa de sus fotos en color, de la alegría de vivir, del mundo del lujo, la paz, la otra parte de la humanidad y de la vida. ¿Por qué optó por cubrir las guerras? Está claro que deben de existir personalidades como la suya, capaces de mostrarnos precisamente la cara oscura de nosotros mismos.
Me pregunto cómo lo han hecho antes que yo muchísimas personas, que si este tipo de fotografía es arte al margen de sus valores documentales, si su verdadero sitio es un archivo y no un museo que condiciona nuestra mirada hacia el primero de los aspectos, sin q esto no quiera decir que él sea también un artista excepcional q ha tenido en cuenta encuadres, perspectivas, puntos de vista con la imagen que quiere tener. Evidentemente la urgencia de un combate, de los fuegos cruzados, del paso acelerado de tropas, armamento pesado, ataques simultáneos, explosiones de bombas y disparos en directo, no permitirían en principio hacer todo este tipo de consideraciones a no ser q se tenga la vista muy entrenada en el objetivo y bastante rapidez con el obturador. Sus imágenes de guerra impresionan porque a pesar de todo eso, la metralla se huele, el estruendo se siente, la muerte se registra en primer plano.
Me pregunto también qué clase de personalidad hay que tener para ponerse delante de un ejército en ataque.
Me pregunto si el arte debe estar al servicio del poder o a la contra y si el fotógrafo en un caso como el suyo, no es otra cosa que un político que se enfrenta a otro, un contrapoder mucho mayor que al que se enfrenta.
Me pregunto si una imagen como las suyas puede cambiar el mundo, si en verdad lo ha hecho. Indiscutiblemente sin ellas no conoceríamos el otro lado de la historia, y aunque fueran y sigan siendo símbolos del horror, lamentablemente no hay nada más que abrir cualquier periódico cada día.
Pero volvamos al color, a esa felicidad que nos transmiten las estaciones de esquí, los hipódromos, las fiestas, los descansos de los rodajes, las ciudades, las mujeres y hombres elegantes y bellos, los paisajes de todas las ciudades en las que vivió, los campos de arroz y las montañas.
Una fotografía como la suya, hace inmortal lo que capta. También a su autor que vivirá siempre en el imaginario de todos los que se acerquen a verla o a leer sus libros autobiográficos, en dónde y cómo no, el humor frente a la adversidad se superpone.
No he querido entrar en cuestiones técnicas, estilos, tipos de cámara -solía llevar 2: una para blanco y negro y a parir de 1938, en que se inicia, otra para el color. He querido centrarme en uno de los pioneros de la fotografía en color, uno de los fundadores de la Agencia Magnum, pero sobre todo en ese hombre y en sus circunstancias, que una vez quiso llamarse Robert Capa