La Tostá

¿Seguimos en la Luna?

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
21 jul 2019 / 13:23 h - Actualizado: 21 jul 2019 / 13:25 h.
"La Tostá"
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Lo de la llegada del hombre a la Luna me cogió un poco ya en la edad del pavo, con once años, viviendo en Palomares del Río. Tenía buenas relaciones con ella porque desde muy niño me solía tumbar por las noches en un cerro para mirarla y soñar despierto. En serio, dos o tres años antes de la gesta norteamericana ya soñaba con poder ir un día a visitarla, porque pensaba que estaba cerca de la Tierra. A veces me subía al pino de Mampela y casi la podía tocar con las yemas de los dedos, cuando bajaba tanto que rozaba las copas de los olivos de El Cucadero o El Majano.

En ocasiones la miraba reflejada en alguna de las lagunas que nos dejaba el invierno, soplaba en la orilla y veía cómo se movía por efecto de los rizos del agua. No creo que llegara a enamorarme de ella, pero lo cierto es que cuando vi por la televisión de casa que Neil Armstrong la pisó disfrazado de astronauta o buzo del espacio, sentí unos celos tremendos y recuerdo que dije: “¡Qué cojones hace ese maldito yanqui pisando a mi novia?”. De aquella manera tan seca, además. Yo le hubiera llevado un ramo de amapolas cogidas en el Cerro de Guillén y unas empanadillas de El Molino. Y le hubiera cantado, nada más tocarla, que no pisarla, una soleá que hice para ella:

A veces hasta me asusta

que te metas en el río

por si te mira y le gustas.

Soy de los que sí se creyeron que habíamos llegado de verdad a la Luna. Lo que no me acabo de creer es que vayamos a ir de nuevo. ¿Qué se nos ha perdido allí o qué quedó pendiente en aquel primer viaje? Puedo entender lo de Martes, por si fuera posible mudarse algún día a ese planeta para salvar a la especie humana una vez que nos hayamos comido todos los bichos, de tierra y de mar, contaminados por las aguas fecales y el plástico. Pero volver a la luna medio siglo después, con lo que eso debe costar y el hambre y la sed que hay en el mundo, es inexplicable.

En cualquier caso, si hay que ir –aunque ir por ir, es para nada–, me apunto. Vendo mi colección de discos de pizarra y me meto en alguno de los cohetes, ruso, americano chino o español, porque esa señora y yo tenemos un asunto pendiente desde hace muchas décadas, cuando la miraba embelesado desde algún cerro: que me explique cómo lleva tantos años siguiéndome, sin hablarme.