Serendipia

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05 nov 2016 / 22:14 h - Actualizado: 05 nov 2016 / 22:15 h.

Queda nada para que cumpla los treinta y nueve años. Habrá celebración, como siempre, pero a esas edades incluso el día de tu aniversario es bueno para sacar a la luz los achaques que se te van notando. Atrás quedó la indulgencia que conlleva la juventud, esa etapa de la vida en la que lo bueno que uno tiene sirve para disimular los defectos que sólo los muy expertos son capaces de advertir. Con el paso de los años, inexorable, todo emerge, hasta el día en que para algunos ya no eres más que un cúmulo de imperfecciones. Tampoco conviene exagerar, bien es cierto, pero igual de malo es engañarse. La Constitución no pasa por su mejor momento y eso se percibe a poco que se observe la realidad.

La generaciones más jóvenes le dan un valor muy distinto al que le dieron sus abuelos en el 78. Si para estos últimos la Constitución supuso la ruptura con un régimen autoritario y su sustitución por otro de libertades, derechos y pluralismo, para los veinte y treintañeros de hoy la Constitución es la norma de un sistema político que está dando muestras de impotencia para solucionar una crisis económica que los ha golpeado de lleno. Desde el no nos representan hasta un cierto desinterés, así se mueven los afectos hacia la Norma sobre la que pivota la vida entera de nuestro Estado.

Las cosas no van mejor a nivel territorial. El sistema autonómico hace aguas y nadie que no sea el gobierno central parece satisfecho. No hay aspecto de la vida que las Comunidades Autónomas puedan regular y gestionar en su totalidad, tampoco los toros, tampoco el acceso a la vivienda. O faltan competencias o falta presupuesto. La insatisfacción se queda en pura impotencia coronada por un Senado inservible.

De Cataluña no hace falta decir mucho. Para una mayoría importante de los catalanes la Constitución es la de un país extraño. El don tancredismo acongoja y el aliento no se puede cortar mucho rato. En política aún menos.

Habría más, pero tampoco conviene convertir las vísperas de un cumpleaños en un cuaderno sólo de agravios. A pesar de todo, también serán muchos los que lo celebren. La Constitución a fin de cuentas se impone, pues el Tribunal Constitucional funciona para decirnos lo que no podemos hacer. Y puede que este sea su problema, que convivir diciendo siempre lo que la Constitución prohíbe resulte insoportable. Sobre todo cuando con una buena reforma se la puede rejuvenecer para generar la cohesión intergeneracional y territorial imprescindible.

(La serendipia es un descubrimiento valioso que se produce de manera accidental y una reforma constitucional nunca lo es).