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Sevilla, la gloria celestial

La trastienda hispalense

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18 mar 2016 / 23:36 h - Actualizado: 18 mar 2016 / 23:36 h.
"La trastienda hispalense","Semana Santa 2016"

Que no se descomponga, por Dios, el tiempo primaveral de Sevilla y que, aunque la predicción meteorológica diga que patatín y que patatán, que pasen los patatines pronto de largo porque Sevilla huele a gloria. Huele como cuando el olivo y la palmera, dos símbolos populares de victoria, pregonan la llegada del Señor desde el altar mayor de la catedral desde donde se extiende una alfombra de gradas bajas para que camine la procesión de palmas anunciando el gran Domingo que Carlos I eligiera para su boda con Isabel de Portugal, invistiendo a Sevilla de Emperadora del mundo.

Y la ciudad se paraliza ante la magna danza de rituales hispalenses.

Porque la primavera abre las puertas de su gran Coliseo para que sea representada La Pasión de Nuestro Señor sobre el histórico escenario metropolitano de Sevilla... Que no hay obra en la tierra con tanta magnificencia y esplendor como la que escribió el pueblo sevillano, a través de los siglos, con tinta de fe y de fervor, y con agallas de amor, de esperanza y de pasión... Una pasión tan exclusiva como modélica y apostolizante... El gran manantial del que bebe todo el universo cofrade.

Una Pasión que comienza vistiéndose de estreno para clamar, a Jesús de la Victoria, Paz para el Porvenir por el prado de la Feria mientras todos corren para ver La Borriquita a las puertas del Divino Salvador. Niños acólitos y nazarenitos con hojas de palmeras y ramos de olivo, bajan la gran rampa aclamando a Jesús. ¡Bendito el reino que llega, de nuestro padre, David! ¡Viva Dios Altísimo!

Una pasión que Sevilla representa con la Humildad de Cristo en la última cena de los Terceros, despojado de sus vestiduras en el Gólgota de Molviedro, en blanco silencio y despreciado por Herodes ante el hermoso sufrimiento de su Madre Amargura, arrastrando su cruz de Gracia y Esperanza con San Roque de Cirineo, orando al cielo de su Estrella trianera, y crucificado y muerto por la Puerta de Córdoba y la Plaza de Villasís.

Buena Muerte y Amor para una pasión sin orden ni concierto que todos interpretamos con orden y armonía porque de esa forma lo contempla el bendito testamento de nuestros padres y predecesores... Aquellos que antes de dejarnos, se preocuparon de enseñarnos bien la lección de continuar con sus encomiendas de labor nazarena... Los que nos enseñaron a caminar con la cruz de nuestra fe, impregnada con el sabor de nuestras tradiciones, porque los hábitos y túnicas nazarenas se impregnan de la mezcolanza de aromas que la yunta de primavera y tradición desparrama sobre el gran drama...

Azahar y cera, incienso y torrijas, clavel y garrapiñada...

Una familiar aleación de perfumes para pulverizar el perfecto equilibrio «entre lo divino y lo humano» sobre una Sevilla orgullosa de ondear el estandarte universal de Tierra de María Santísima

Y es que Sevilla huele a lo que es, la Gloria Celestial.