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¡Sevilla, por Dios, silencio!

LA TRASTIENDA HISPALENSE

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10 mar 2017 / 21:33 h - Actualizado: 10 mar 2017 / 21:34 h.

Sevilla tiene el ángel de saber acercarnos a Dios, a través de su gran enviado en la tierra, «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no creado, de la misma naturaleza que el Padre», al que todos rezamos, pensando en la imagen de aquel vecino, Hijo de María, con el que iniciamos nuestro camino de «creencia absoluta», al que mientras el Tiro de Línea le reza como solitario Cautivo, las cigarreras de su Victoria le rezan «atado a la columna», o sobre el regazo de su Piedad materna, el Arenal del Baratillo y los Servitas de su Providencia, mientras San Jacinto y San Isidoro se invisten de cirineos para rezarle y socorrerle en su Tercera Caída.

Amores de cuna y de barrio, a los que se van aunando, con el correr del tiempo y de nuestros pasos, otros cariños y lazos que van forjando en cada uno de nosotros esa singular Pasión, que un buen día llevó mi mano hasta el aldabón de la puerta de los Nazarenos de Sevilla. Desde niño había soñado con ese instante de juramento sobre el vetusto Libro de Reglas, con pinturas de Francisco Pacheco, que redactó Mateo Alemán.

Quería ser, como soy, nazareno del Nazareno por excelencia, nazareno y penitente, ser de la Madre y Maestra, con Él, silenciosamente, junto a Él, eternamente, llevando su Cruz, a cuestas... Y en Silencio, me imagino a Cristo por los caminos de una ciudad diferente, de rimadores juglares, de espadachines donjuanes, de la O cruzando el puente, de Juan de Mesa y Murillo, Rinconete, Cortadillo y haraganes Monipodios, de autos inquisidores, marinos conquistadores y fieles de San Antonio, su casa, donde yo encuentro el Silencio necesario, Silencio de pensamientos, Silencio para mis actos, Silencio pa’ mis lamentos y hasta Silencio pa’l canto que en Silencio, yo le ofrezco las noches de Viernes Santo, siguiendo siempre el Silencio de su Cruz y de sus pasos.

Esos pasos que nos llevan al Calvario que elegimos, cada cual, pa’ su condena, donde, con Ella, sufrimos, Sevilla siempre a su vera... ¡Ay, cuánto sufre María al presenciar tu agonía, clavaito en la madera! Saetas afiladas de muerte que se clavan en el alma de la Puerta Real donde mi corazón levanta el monte de tus tormentos junto a un río de Agua Santa donde todavía no has muerto, y allí te hablo y me hablas, aún te escucho y te siento cuando me dices «perdona» y yo perdono hasta el viento que cambie su dulce brisa por tornados movimientos de traiciones y mentiras que hieran mis sentimientos... ¡Que más dolor que el que vemos en tu extorsionado cuerpo, todo un Museo agonizante de Expiración y de ejemplo!

¡Silencio, por Dios, Sevilla!... ¡Sevilla, por Dios, Silencio!