La mayor carrera oficial de Sevilla no es la que viste capirotes, sino la enorme procesión de temas cruciales que encallan, asuntos estructurales que no se llevan a cabo, novedades imprescindibles que envejecen sin ver la luz, edificios emblemáticos que solo son habitados por los fantasmas de las promesas. Con la confirmación, por parte de los Gobiernos español y andaluz, de que no se va a hacer un gran dragado en el estuario del Guadalquivir, 18 años después de comenzar a planificarse la casa por el tejado (es decir, sin afrontar a la vez la regeneración medioambiental del río, que está en pésimo estado biológico en su cauce auténtico, no confundir con la dársena urbana), el Puerto coge la cruz de guía para encabezar una retahíla más larga que el cortejo del Corpus, más decepcionante que la eliminación del Sevilla en la Champions, más auténtica que el tapeo.
En el siglo XXI, es más fácil y más rápido enviar astronautas a Marte que hacer en Sevilla la Ciudad de la Justicia, o reutilizar las instalaciones de Altadis en Los Remedios, o adaptar el Palacio de Monsalves para la ampliación del Museo de Bellas Artes, o normalizar el servicio del taxi en el aeropuerto, o recuperar las Atarazanas, o hacer una comisaría de Policía en el Polígono Sur, o construir más de una línea de Metro cada 50 años, o tantas y tantas necesidades en los barrios más pobres, los que encabezan el vergonzante escalafón nacional de áreas urbanas con menor renta per capita.
La gran especialidad de la Sevilla institucional es perder el tiempo. Y endosarle las consecuencias, los problemas y los obstáculos, a los sevillanos que se afanan por recuperar el tiempo perdido, los que aportan soluciones a los problemas y ello les acarrea ser víctimas de las envidias, los que no quieren parecerse a los acomodados en la autocomplacencia.
Última hora: en Sevilla, una comisión de expertos determina, tras 30 años de disquisiciones y dilaciones, que los burros no vuelan. Ni siquiera en la Plaza de España. Está por ver si nos damos prisa en ponerle el nombre de una glorieta a los descubridores de ese hallazgo que nos hará ricos de por vida.