¡Si pudiéramos dejar de equivocarnos!

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24 jun 2017 / 20:22 h - Actualizado: 25 jun 2017 / 00:12 h.

El XXII de los Principios que proclamó Gregorio VII en 1075 dice así: «Que la iglesia romana no ha errado nunca y no errará nunca según testimonio de las escrituras». Por su parte, Pío IX, en la Encíclica Quanta Cura y en el Syllabus, afirma que el Papa jamás podrá conciliarse con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna; y que la libertad de conciencia es «libertad de condenación». A la luz de la doctrina actual emanada de la jerarquía está claro que se equivocó.

Y, de aquella afirmación de Trento de que fuera de la Iglesia (dispensadora de los sacramentos) no hay salvación, a las apreciaciones del Concilio Vaticano II sobre la posible salvación de los no bautizados hay un largo trecho de matizaciones. Al igual que ha existido un largo trecho de cierres y obstrucciones desde aquel esperanzador Concilio hasta la llegada del papa Francisco. ¡Y durante este último tiempo la Iglesia ha perdido el 50 por ciento de sus fieles!

Hoy, los católicos practicantes nos encontramos en uno de estos dos grupos: los que están a gusto dentro de una iglesia fiel a sus tradiciones y los que buscamos dar pasos adelante en nuestras creencias, prácticas y compromisos. Y la buena fe de ambos no está en duda. ¿No podríamos invocar al Espíritu para entrar en una especie de movimiento cuyo contenido fuese tratar de armonizar posiciones? ¿Tan difícil es comenzar a reformular (que no derogar) dogmas, actualizar fórmulas litúrgicas, vivenciar prácticas, matizar actitudes morales, tocar estructuras y esencializar el Derecho canónico?