Los que un día fuimos scouts –lo seremos hasta alcanzar el definitivo fin de pista– conocemos de sobra las últimas palabras de Lord Baden Powell, fundador del movimiento. El héroe de las guerras de los Bóers recordaba que el capitán de los piratas del cuento de Peter Pan andaba siempre ensayando su discurso de despedida. Temía que cuando le llegara la hora definitiva no tuviera tiempo de darlo a conocer. El viejo general tomó buena nota y dejó un bellísimo testamento vital cuando supo, retirado en la inmensidad de Kenia, que había llegado el momento de emprender la última marcha.
Alguien escribió que los héroes no escriben epitafios pero Iván Fandiño, el torero caído en las orillas del río Adour, se saltó las reglas. Rosario Pérez contaba que escribió la carta en la suite de un hotel madrileño, el 15 de mayo de 2015. Fue algunas semanas después de aquella ambiciosa, fallida y hasta ingenua encerrona de la pascua venteña que consiguió acabar el papel en una fecha a contrapelo. Pero nada fue igual desde ese momento. El bravo matador de Orduña sabía que el salto a la cumbre había vuelto a ser aplazado. Nadie sabrá nunca porqué esbozó –negro sobre blanco– esa hermosa y desgarrada despedida que quedó hibernada en su maleta durante dos años, aguardando su propia Samarkanda... Los toreros prosiguen su viaje nadando por encima de un clima interesadamente enrarecido que cuestiona la vigencia y la verdad de este oficio que se codea de tú a tú con la muerte. Para algunos es demasiado en este mundo virtualizado.