En 1617 se cumplirá el IV centenario del nacimiento de Bartolomé Esteban Murillo, el pintor de las Immaculadas pero, no se olvide tampoco, el mejor retratista de la cotidianidad doméstica de un siglo irrepetible que revive ahora. Nada que no sepan. La efemérides estará saludada por numerosos actos y exposiciones que nos trasladarán a esa época apasionante que, de alguna manera, marcó para siempre el carácter dual la ciudad.
Sevilla no se puede entender sin las luces y las sombras del espíritu barroco. La ciudad del Siglo de Oro corona las artes hispalenses pero también marca el fin de sus esplendores y traza ese enrevesado bucle melancólico que, de alguna manera, aún enreda la época actual. En cualquier caso, merece la pena ubicarnos en ese intervalo temporal para descubrir una serie de hermosas casualidades. De hecho, la recentísima salida del Señor del Gran Poder nos recuerda que en sólo tres años largos se cumplirán cuatro siglos exactos de la hechura de la venerada imagen por parte de Juan de Mesa, que fallece cuando Murillo sólo era un niño que soñaba con ser pintor. Hay una serie de hechos y acontecimientos que se suceden de forma trepidante mientras la espita del oro de Indias y la actividad del puerto comienza a languidecer. No hay que olvidar que el creador del rostro más identificable de la Purísima coincidió en el espacio y en el tiempo con otros creadores fundamentales como Pedro Roldán, Alonso Cano, Valdés Leal y hasta el primer Velázquez. Tenemos un año para disfrutarlo.