Silencio blanco

Carlos Colón, jugaba en casa. Porque San Juan de la Palma es a Colón lo mismo que la calle Iris al Faraón de Camas. Su estación, su casa, su paraíso, su refugio

04 feb 2018 / 00:03 h - Actualizado: 03 feb 2018 / 23:17 h.
"Momentos de Semana Santa"
  • Silencio blanco

Sin aspavientos, con esa mesura del Maestro Tejera cuando ataca el pasodoble del paseíllo a las seis en punto de la tarde, con el puñado de sal exacto en la receta sabrosa del alimento llamado a nutrir las cosas del alma. Con tino y temple, hablando sin levantar la voz... y callando cuando hay que callarse. Con esa habilidad que tiene la ciudad más hermosa del mundo de hacer, a partir de dos espíritus distintos, una misma cosa, como poniendo a bailar a un caballero de corta estatura con una esbelta dama y hacer que el vals quede hermoso. Así, como Sevilla pone a tocar a la banda de cornetas y tambores más flamenca detrás del más sobrio y elegante paso de misterio que se dibujó para el Domingo de las palmas de Dios en esta tierra, un paso dorado y valiente, un tronco yugular que camina por la capital de los amores, llamada a morirse de pasión en una semana que explica nuestra existencia.

Así trabajan los Carlos. Uno tiene apellido de descubridor; el otro de escritor de novelas con aires cervantinos. Este binomio está formado por dos corazones que suenan distinto pero laten al unísono. Sentados en la mesa de montaje, en las horas mágicas y duras de la edición, hablan el mismo idioma. Se entienden y, una vez más, han sabido agarrar la idea nuclear de la Semana Santa. Yo me pondría de pie para ovacionar esta obra de arte que lleva por nombre Amargura, pero prefiero guardar, después de escribir este artículo, un silencio blanco. Si el blanco es el color de la pureza, que sea un silencio puro, cierto, tan respetuoso como de admiración plena. No merece esta película que suenen fuerte los aplausos. Lo suyo es seguir andando sobre los pies y continuar la senda que los Carlos nos marcan tras el telón de arrugas más hermosas que puede abrirse y cerrarse, el torrente roto y profundo de la voz de García Barbeito.

Colón jugaba en casa, es verdad, porque San Juan de la Palma es a Carlos Colón lo que la calle Iris al Faraón de Camas. Pero por eso, precisamente por eso, el autor se estaba jugando la vida, en cada plano, en cada bocanada de talento, en cada oración aunque fuese subordinada. Carlos Colón tenía a todo el público soberano con las carnes abiertas porque sabía que el pregonero, el escritor, el profesor, iba a seccionar el corazón en canal para partirse el ritmo vital y darlo todo delante de Ella.

Y fue así que Colón la miró a los ojos, le pidió perdón por la osadía y le dio las gracias por el encargo. Sintió en sus adentros el impulso. Y se puso manos a la vida. Todo estaba en el cielo, pendiente de un hilo fino, como de coser los escudos a un antifaz. Entonces tiró la moneda al aire. Salió cara. Y esa cara es un imperio. De dolor, de hermosura, de belleza. De Amargura.