Viéndolas venir

Síndrome de Down y otros síndromes

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Álvaro Romero @aromerobernal1
19 feb 2019 / 08:34 h - Actualizado: 19 feb 2019 / 08:37 h.
"Viéndolas venir"
  • Síndrome de Down y otros síndromes

Cuando nos mudamos de barrio, yo tenía cinco años y una capacidad de asombro que a veces echo de menos. Europe había aportado la banda sonora de aquellos meses y los jóvenes melenudos que acudían a Las Malvinas, aquel bar con barriles de mosto tuneado con la lengua de los Rollings, nos aceleraban el corazón a Javi y a mí cuando andábamos por allí ilusionados en darles a las lagartijas con nuestros tirachinas. Yo sabía que Javi era distinto, por eso me llevaba bien con él, porque aquella diferencia resolutiva en las cuestiones pandilleras de la calle me tranquilizaba ante la evidencia de que ser, actuar o pensar de otra manera no te hacía necesariamente un raro. No fue hasta mucho después cuando me sorprendió descubrir que Javi tenía más años de los que yo pensaba y que era Síndrome de Down. Sin embargo, cuando ya tuve edad de saberlo me alegró el no haber tenido necesidad de saberlo.

Que un tipo que se cree más listo que el resto no se conforme con escribir barbaridades -falsas, además- sobre las personas con Síndrome de Down, sino que no tenga empacho en repetirlas en un programa de televisión revela que el tipo tiene otro síndrome. No sé cuál será el nombre porque no creo que nadie se haya ocupado de detectarlo y mucho menos de estudiarlo, pero desde luego es un síndrome mucho más preocupante.

Las personas somos mucho más personas desde que hemos interiorizado que la diversidad de las demás personas que no somos exactamente nosotros no nos impide seguir siendo nosotros, sino que, antes al contrario, nos enriquece para que lo sigamos siendo con más intensidad, y más felicidad, porque esas personas distintas nos pintan la vida de trazos que no se nos hubieran ocurrido jamás. Ignorar este milagro que nos ha hecho mejorar como humanidad es una de las desgracias reaccionarias por las que precisamente la humanidad no termina de mejorar todo lo que debiera, como demuestran tipos como ese que se cree más listo que el resto.

Desde aquellas tardas remotas en que yo jugaba con Javi, he tratado a otros muchos síndromes de Down. La inmensa mayoría me ha vuelto a acelerar el corazón porque a uno lo desborda su mayor sensibilidad, su cariño más sincero, su rotunda capacidad de mirarte el alma incluso mientras tú no terminas de hablarles en serio. Y todos tenían algunas capacidades prácticas realmente envidiables, porque en rigor no tienen ninguna enfermedad, sino una alteración genética.

Una enfermedad sí es que, a estas alturas de todas nuestras rehumanizaciones, alguien sea incapaz de imaginar el amor desbordante de unos padres que, aun sabiendo el síndrome de su hijo, decidan seguir adelante porque les importe más esa vida en ciernes que su comodidad futura. Una enfermedad sí es que alguien crea que los sistemas de protección social que nos hemos dado como sociedad tantas veces rehumanizada no se sostienen sobre la infinita solidaridad con la otredad tantas veces distinta, sino sobre su miserable concepto pragmático de quiénes son las personas normales que deben integrarlo. Una enfermedad sí es que ese alguien no sea un caso aislado y que cuente con la aquiescencia de otros enfermos de miseria. Una enfermedad sí es que, como sociedad, atisbemos el peligro de pandemia y ni nos inmutemos para frenarla. Lo paradójico, y lo honroso, es que a todos estos enfermos sí los ampare nuestro sistema sanitario. Ojalá sea una enfermedad curable.