Soleares en una botella

Lanzo esta soleá al aire de los Alcores como advertencia de que no respondo de mí cuando me enamoro. Cuando menos lo esperas, descubres que alguien ha podido encontrar una de tus soleares en una botella

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
11 ago 2017 / 22:00 h - Actualizado: 11 ago 2017 / 22:00 h.
"Desvariando"

Hace unas noches me ocurrió algo que me hizo reflexionar sobre el motivo de escribir soleares y fandangos, dos de mis palos preferidos de la amplia baraja del cante jondo. Cenaba con una amiga en el patio de un restaurante y me tenía totalmente deslumbrado por su belleza y el tono de su voz. Estaba a poco más de un metro de ella, casi me rozaba la nariz con sus pestañas y el vino empezaba a quitarme la maldita timidez que me acompaña desde niño. ¿Dónde he visto yo esa mirada?, me pregunté, y recordé una soleá de tres versos que escribí hace años sin saber muy bien por qué ni para quién:

Te estoy mirando y no sé

si el amor vive en tus ojos

o tú en los ojos de él.

Tras dos o tres copas de vino y unos filetes de cerdo ibérico, llegué a la conclusión de que algunas de las soleares que he escrito son como esos mensajes que se meten en una botella y se lanzan al mar para que alguien los encuentre sabe Dios dónde, en alguna playa perdida del mundo. Inexplicablemente, esa noche supe que la soleá que he traído aquí la había escrito para una mujer con esa mirada que ni siquiera sabía que existía y resulta que no vivía en la otra punta del mundo, sino a escasos metros de mi casa. Y en Mairena del Alcor no hay playa, al menos que yo sepa, porque los maireneros tienen sus secretos. A lo mejor es que no la lancé al mar en una botella, sino al aire:

Cuando nadie a mí me ve,

besitos le doy al aire

por si rozara tu piel.

Las soleares de amor no se escriben solo cuando se está enamorado hasta los huesos. A veces las escribes herido por la ausencia del amor. Y no tienen por qué ser autobiográficas. De vivir don Manuel Machado, le preguntaría que por qué escribió aquella soleá terrible y genial que aún no he sido capaz de cantar porque me quedo sin aire en el segundo verso y si no ligas, pierde su pureza jonda:

Me he enamorado de ti

y es enfermedad tan mala

que ni la muerte la cura,

según dicen los que aman.

Uno se puede blindar para evitar que el amor se te meta por los poros de la piel como una brisa fresca que no deseas. Enamorarse no es un cachondeo, es algo que nos sucede pocas veces a lo largo de nuestra vida. Quizá yo sea una excepción, porque alguna vez he contado que de niño me enamoraba dos o tres veces por semana y me faltó poco para acabar majara perdido a tan temprana edad. Era como si tuviera prisa por crecer y descubrir qué era eso del amor, al margen de las películas, en las que casi todo es pura ficción. Era demasiado lampiño para diferenciar entre el amor y un calentón, que eso se descubre ya cuando los años te han hecho un experto y sueles pasar del amor y hasta de los calentones innecesarios que solo nos traen problemas.

Me hubiera venido muy bien, en la niñez, saber lo que eran las soleares y tener la capacidad de escribirlas, pero en Palomares del Río no cantaban ni los pájaros. En Mairena es distinto, es un pueblo que huele a soleares, quizá por su cercanía con Alcalá de Guadaíra. Sales a la calle, te llega el olor de las panaderías y de las huertas y te salen solas:

Olivares de Mairena,

nunca le digáis a nadie

dónde entierro yo mis penas:

que no lo sepa ni el aire.

Llevo meses sin necesidad de escribir soleares y empiezo a preocuparme. Publicar una soleá en Facebook es precisamente como introducirla en una botella, lanzarla al mar y a ver qué pasa, a dónde llega y quién la recibe. Lo mismo le llega a una mujer que lleva años soñando con su príncipe azul y descubre que existe a miles de kilómetros de distancia de su casa, que a un fontanero de Castilblanco de los Arroyos con identidad falsa, en el paro y, por tanto, con tiempo libre para llevar a cabo sus fantasías sexuales más exóticas.

Le tengo dicho al amor

que pase siempre de largo,

pero se empeña en romperme

el corazón en pedazos.

Lanzo esta soleá al aire de los Alcores, a falta de un acantilado, como advertencia de que no respondo de mí cuando me enamoro. No soy ya aquel niño que se enamoraba de todo lo que se movía con faldas, pero donde un día hubo candela, algún rescoldo queda. Podemos blindarnos, ponernos una coraza, evitar miradas de deseo y ternura, pero un día, cuando menos lo esperas, descubres que alguien ha podido encontrar una de tus soleares en una botella.