Ayer se cumplieron 140 años del nacimiento de Antonio Machado Ruiz, el gran poeta de Sevilla, el hijo de Demófilo. Aquel profesor que tuvo que huir de su tierra, ligero de equipaje, para salvar la vida. Se fue pero no se llevó su poesía, se quedó en esta España triste que canta para espantar la tristeza, seguiriyas gitanas para recordarla y bulerías trianeras para disimularla. Se fue y murió lejos, en Francia, lejos de las alimañas, de las mismas que mataron a Lorca creyendo que matarían también a su poesía, algo imposible, porque la poesía es un pájaro que vuela siempre por encima de los tiros, vengan del bando que vengan. ¿Qué podemos pensar de un país que mató a Lorca y a Muñoz Seca por la misma sinrazón? Tengo pendiente desde hace años una visita a su tumba para sentarme y leerle un buen puñado de soleares a don Antonio. Algo de Montesinos: «Será preciso morir / para despertar del sueño / que estamos viviendo aquí». Ojalá esa visita a Colliure pueda ser este verano, para abandonar España aunque sea unos días, esta España que vuelve a oler a intolerancia y a trifulca civil.