Comenzando a describir las obras de Soledad Sevilla expuestas en el CAAC, lo primero que nos encontramos es que las enormes grietas simuladas de “El Rompido” son un trampantojo, algo que aparenta ser el efecto de un relámpago o de un seísmo, aunque igual pudiera ser el resultado de un bombardeo al que hipotéticamente también recuerda y que ha querido disponer sobre los dos testeros frontales de los pies de la antigua iglesia de Sta. Mª de las Cuevas. Vistas así, una frente a la otra, se comprenden mejor las intenciones de la autora, que no ha escatimado recurso alguno a la hora de materializar su idea, ni en cuanto a su desarrollo antes de la ejecución, ni en cuanto a las dificultades técnicas que una obra de tan grandes dimensiones (no se especifican, aunque se informa de que son adaptables), pudieran suponerle a la hora de elevarla/construirla.
Esta adaptabilidad, en este caso, es en referencia al muro real y al imitado donde se insertan, de manera que estos hagan las funciones de marco y de ahí, el que si se hicieran en otro lugar, las dimensiones que cambiarían serían las de estos y no las de “las grietas”. Estas -la de luz y la de bronce- parecen ser el positivo y el negativo de una gran cicatriz en el muro, el haz y el envés de una misma forma. En cualquiera de los casos, los efectos de un accidente que se materializa o se queda en esencia.
La hendidura (prácticamente un huecorrelieve realizado en chapa de madera recortada) donde se inserta la luz, y la huella de bronce que en su recorrido da lugar a medio, bajo y alto relieve, (y que supone una especie de rompimiento patinado en negro), aunque no fueron ideadas para este sitio en concreto, visto el resultado se diría que ciertamente fue así, por la concordancia entre el aspecto y las dimensiones de estas y las del lugar donde se ubican.
Considerando el lugar hay que tener en cuenta que anteriormente este fue un espacio sagrado y en donde además reposaron parte de los restos de Colón. Es un lugar de paz, de silencio, de comunicación interior, relacionado con una orden monástica que hizo del silencio su principal virtud. También es un lugar histórico al que Soledad se ha acercado con el mismo respeto que quiere para sus creaciones.
Como puede verse, no fueron hechas para aquí, sino para ese otro espacio también grandioso como era el de una almadraba donde se despiezaban y conservaban los atunes. Ritos sagrados y profanos, una vez más la “ambientación” tan importante como la obra.
También es un doble trampantojo porque se ha reproducido con total verosimilitud, la decoración barroca de la pared ante la que se superpuso la gran caja de luz y de madera. No entremos en buscarle referencias con otros autores que han esculpido o dibujado con la luz, en cualquier caso, sólo podemos hacerlo con algo que pertenece a sus propios recuerdos, puede que incluso subconscientes, y porque además han supuesto una abstracción dentro del gótico y del barroco en el que se fijan.
La 2º de las obras, “el claustro plateresco del castillo de Vélez-Málaga”, le supuso en su día -en concreto uno del año 1992- a Soledad Sevilla, un intento de reconstruirlo intelectualmente y además en origen, ya que este se trasladó piedra a piedra al MOMA de Nueva York en 1904.
La grandiosidad de esas piedras, elementos arquitectónicos y decorativos que tuvo ocasión de conocer durante su estancia norteamericana nuestra artista, hizo que se planteara al menos simbólicamente, devolver por un tiempo la misma que esta tuvo. Para ello, hizo que proyectasen enormes placas fotográficas sobre las ruinas, coincidentes en todo con sus medidas y pormenores.
La documentación que se aporta sobre esta instalación in situ, da cuenta de la dificultad que tuvo superponer los grandes “telones” de luz, por otra parte tan concomitantes o de aspecto cinematográfico, de modo tal que fueran las transparencias iluminadas por potentes focos, las que recrearan sus dimensiones, coincidentes punto por punto con las ausentes.
A los ojos de hoy, este intento de recrear el pasado con proyecciones luminosas sobre un muro, bien puede considerarse desde el punto de vista de la historia del arte, uno de los antecedentes del “mapping art”, una especie de “primitivo” resuelto de manera estática. Es por esto, porque si nos parece algo ingenuista su propuesta ante los avances que ha registrado la tecnología, lo cierto es que consigue recrearlo y ahora de nuevo, en medio de la nave de la iglesia del cenobio, produciendo un efecto similar al que tendría y considerando que se incluye en un interior y no a cielo abierto como el otro.
En último lugar, las dos interpretaciones sublimles de la luz del día y de la noche que componen las sendas instalaciones que hizo para la Torre de Los Guzmanes, en La Algaba (Sevilla), son desde luego una obra maestra. Imposible percibir esa sustancia inmatérica, fijada en los hilos tensados como ráfagas.
Su método, basado en la observación, en lo que se ve y no se ve, en lo que le dictan las cosas, los edificios, los paisajes, la climatología, las personas que lo habitan o habitaron, los sonidos, ...forman parte de este minimalismo paradójicamente maximalista.
Pasando entre estas obras que culminan el recorrido, dispuestas en la cabecera de la iglesia y una vez que hemos atravesado ya la nave y los pies, se tiene la sensación de vivir una experiencia extrasensorial y mística, algo que va dirigido al espíritu y como tal, parece que nos eleva en esos momentos en que la estamos contemplando, y porque entonces, si somos capaces de llegar a habitarla, nos daremos cuenta de que también nosotros formamos una unidad con ella.