Los síntomas del colapso del PSOE no difieren mucho de los de otros partidos socialdemócratas en Europa. La falta de liderazgo y el discurso ideológico incoherente en la última década, e incluso las distancias y contradicciones entre discurso y práctica, han exacerbado la desafección de sus electores tradicionales. El partido socialista francés, que en diez años ha perdido más del 60 por ciento de su militancia (ahora apenas supera las 50.000 afiliaciones) y que ha perdido sus referentes ideológicos durante el errático mandato de Hollande, sufre una grave fractura interna. Es inevitable trazar el paralelismo del giro a la izquierda del PS de Benoît Hamon con el realizado por el Partido Laborista británico con la elección como líder de Jeremy Corbyn. El laborismo puede estar en uno de sus puntos más bajos en las encuestas, con 27 puntos, destrozado con la división y la presión a la que le somete el escenario del Brexit, pero su posición es relativamente buena en relación con otros partidos socialdemócratas comparables en el continente. En Alemania, el SPD está en el 22 por ciento, el mismo porcentaje del voto que el PSOE en las últimas elecciones. Las diferentes alianzas y sistemas de votación significan que las cifras no son exactamente análogas, pero ilustran el proceso básico: la socialdemocracia, en particular las partes que han administrado el proyecto económico neoliberal, está descarrilando por toda Europa.
Hubo un tiempo en que Europa parecía estar polarizándose uniformemente entre la extrema derecha y la izquierda alternativa. El modelo parecía claro: una nueva generación de partidos de izquierda superaría a los socialdemócratas y alcanzaría una nueva hegemonía. Ahora, esa alternativa también parece haberse estancado. En Grecia, el primer ministro, Alexis Tsipras, no llegó a defender el resultado del referéndum de Oxi; en España, Podemos quedó tercero en las elecciones de junio. A menos que algo cambie, el Frente Nacional francés, el AfD alemán y el UKIP definirán esta era en nuestra política.
Paralelamente en España, la aparición de nuevas alternativas políticas –los socialdemócratas liberales de derecha y los populistas izquierdistas patrióticos– han dejado al PSOE al borde de la irrelevancia política. Ciudadanos y Podemos elevaron el vuelo fácilmente, conectando con una nueva generación de votantes que culpan tanto al PSOE como al PP –protagonistas de un sistema bipartidista de facto– de su actual situación precaria. Mientras que la popularidad del PP entre las generaciones más mayores los ha hecho más resistentes al desafío electoral, el PSOE aún debe encontrar su camino en un nuevo contexto en el que los conservadores ya no son los únicos competidores.
Este ha sido el caldo de cultivo de la confrontación interna entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, que ha dividido el PSOE. El partido se divide entre quienes están a favor del puño de hierro de Díaz y, por otro, quienes están dispuestos a llevar a Pedro Sánchez de vuelta a la Secretaría General. No se trata sólo de un conflicto de poder entre las federaciones territoriales del partido, sometido a continuos reveses en su presencia en las instituciones, sino que debe entenderse también como una lucha ideológica para volver a conectar con los votantes. Pedro Sánchez ha articulado su plataforma política en torno a un documento político que supone una crítica a la socialdemocracia centrista –una posición, la de Sánchez, tantas veces despreciada desde el aparato del partido socialista, aún situado en la tesis de que la disputa del centro político es el camino al poder–.
Desde la presentación del documento, la plataforma de Pedro Sánchez ha ido adquiriendo un cierto halo de respetabilidad, apuntalado por la relevancia y significación de las personas que como José Félix Tezanos, Manuel Escudero, Cristina Narbona, o Josep Borrell han contribuido a sus contenidos. El planteamiento de dicho documento aleja a Sánchez de sus anteriores tesis, de transversalidad y centralidad, aquellas que defendió en su etapa de candidato a la presidencia, situándolas ahora en la izquierda y en la alianza con los sindicatos de clase y otros actores «que coincidan en la necesidad de desarrollar una democracia avanzada en lo político y en lo económico que haga progresar la justicia social».
Más allá de que la propia dinámica de la política genere constantemente estos vaivenes –no puede atribuírsele sólo a Sánchez ese grado de maleabilidad– esta plataforma le aleja de los discursos voluntaristas y de la enorme simplificación de la realidad que supone la pretensión de que una fuerza con el 22 por ciento de votos sea capaz de liderar un proyecto de transformación real de nuestro país sin contar con el conjunto de fuerzas relevantes en la esfera de la izquierda política y social.
Lo cierto es que las 33 páginas del documento suponen una interesante aproximación a los retos de una socialdemocracia útil en el siglo XXI, en el que la crisis económica y social, y en especial la crisis ecológica, podrían proporcionar a la socialdemocracia nuevas oportunidades, si estuviese preparada para abordar un proceso de renovación radical. En esta lógica, el documento rechaza las políticas de creación de empleo y distribución de la riqueza centradas en el crecimiento a través de una productividad que no se vea afectada por sus impactos ambientales. Del mismo modo, propone mecanismos institucionales de regulación de la economía de mercado en un sentido distinto del de los tratados internacionales que, gracias al apoyo de la socialdemocracia europea, están haciendo cada vez más vinculantes los mecanismos que dan prioridad a la autorregulación del mercado.
Quedan por conocer qué posiciones defenderá en el terreno político y económico la Comisión Gestora del PSOE de cara al Congreso Federal, posiciones que en el terreno de política económica, se han desarrollado con el asesoramiento de José Carlos Díez, asesor de la presidenta de Andalucía, Susana Díaz. Tampoco se conoce el proyecto político del otro candidato hasta la fecha, Patxi López. Ambos proyectos van a ser presentados públicamente de manera inminente.
El asunto no es baladí, la importancia del debate de ideas es central, porque el riesgo de un pasokización es real y el futuro del PSOE dependerá de su reorganización tras el congreso extraordinario de 2017. La arena política española se ha transformado dramáticamente desde 2007, y el PSOE puede tener en este extraordinario congreso su última oportunidad de adaptarse a ella y para desplegar una mirada radicalmente renovada. Es hora de que el PSOE decida cuál es su lugar en este nuevo escenario: ¿se acercarán a la profunda transformación social propuesta por Podemos o a la consolidación de las reformas neoliberales promovidas en los últimos años por el PP?