Somos el cine que hemos visto

Ettore Scola dijo que «el cine es un espejo pintado». El espejo en el que nos miramos y desde el que nos miran unas personas a las que en algunos casos les debemos casi la vida

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
05 may 2017 / 16:57 h - Actualizado: 05 may 2017 / 21:50 h.
"Desvariando"

Viendo una estupenda película el jueves por la noche, El diario de Bridget Jones, llegué a la conclusión de que somos el cine que hemos visto. Que todas y cada una de las películas con las que hemos disfrutado o sufrido nos han dejado algo y, en algún caso, hasta nos llegaron a marcar. Podemos ver miles de películas a lo largo de la vida, pero no recordaremos más de quince o veinte. Son nuestras películas, las que nos hicieron ser mejores o peores personas, nos enseñaron esa parte del mundo que no conocíamos o nos ayudaron a enamorarnos de un músico, un poeta, una actriz o un paisaje perdido entre montañas.

Una de las primeras películas que me impactaron en el primer televisor que entró en casa, viviendo aún en Palomares del Río, El ladrón de bicicletas, se quedó en mi corazón como se quedaron aquellos primeros tebeos que leí tumbado en un cerro o las canciones que me emocionaron a través de la radio: los cuplés de Concha Piquer o los almibarados fandangos de Juanito Valderrama, aquel hombre bajito que vivía debajo de un sombrero de ala ancha. No recuerdo el año, pero sí que era solo un niño, quizá demasiado impúber para ver esa película tan dura en algunos momentos y difícil de entender con tan poco vivido.

Dirigida por el magistral actor y director italiano Vittorio de Sica, se estrenó diez años antes de que yo naciera, en 1948, y narraba la historia de un humilde trabajador a quien le robaron su bicicleta, con lo que eso suponía en la Italia de la posguerra, en que tener una bicicleta era poco menos que un lujo inalcanzable para un trabajador. Trató por todos los medios de localizar su velocípedo, sin conseguirlo. Desesperado, al final intentó robar otra bicicleta para poder seguir trabajando y quienes no habían hecho nada para que recuperara la suya, se le echaron encima. Cuánta impotencia me produjo aquella escena, rodada de forma genial por el director de Sora.

Creo que no fui el mismo después de ver esta obra maestra del neorrealismo italiano y tuve muchos meses al infortunado Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) en la cabeza, quizá porque mi padre dejó como única herencia una destartalada bicicleta, y que gracias a eso pudo ser enterrado de una manera digna. El protagonista de este film pegaba carteles de cine por las calles de Roma y mi padre trabajaba en los campos de Arahal. Me vi reflejado naturalmente en su hijo Bruno (Enzo Staiola), además de conmovido por sus lágrimas cuando veía que su padre podía ir a la cárcel. Era duro ver cómo los pobres tenían que robarse entre ellos para sobrevivir, algo que no era ajeno a mis cortas luces.

En Palomares no había cine, al menos en los años en que viví allí, y cuando me iba a la cama cerraba los ojos y rodaba mis propias películas, en las que casi siempre era el héroe de Cuatro Vientos. Cuando me dormía mezclaba lo que imaginaba con los sueños y aquella noche en la que vi la película de Vittorio de Sica, creo que intenté enmendarle la plana, cambiar cosas del guion, lo que no me gustaba. Evitar que el niño no viera a su padre como un ladrón, al final de la película, porque no entendiera su desesperación, sino como el héroe que era para él antes del robo de su vehículo ante la cruel indiferencia de sus convecinos. Entre los cambios que le hice yo y las escenas que eliminó la censura franquista en la copia española, al final me lié un poco con la historia.

El cine influye en nuestras vidas de una manera concluyente y creo que determinadas películas se hicieron de manera intencionada para engrandecer o empequeñecer a figuras históricas de la música, la literatura o la política. Leí hace años que Amadeus (1984), la película sobre la vida de Mozart, cambió radicalmente la imagen que teníamos de él, presentándonoslo como un genio infantil, excéntrico y maniático. Reconozco que se me cayeron los palos del sombrajo cuando vi esta película, porque no me imaginaba así a un músico que fue capaz de crear una de las obras más impresionantes de la música clásica, el Réquiem.

Gracias a esta gran película millones de personas en todo el mundo decidieron conocer toda su obra y pasó a ser idolatrado como reverenciaban a cualquier músico vivo de esos años, los prodigiosos ochenta. Fue una manera de hacerlo regresar y de humanizarlo, con sus defectos y sus virtudes, si es que podemos hablar de defectos en un genio de tamaña altura. Gracias a esta película, al mes de su estreno comencé a coleccionar grandes obras de la música clásica y acabé locamente enamorado de Chopin, como Tomás Pavón, que entre soleares y seguiriyas, siempre buscaba un hueco para este gran músico.

Otra película que me marcó fue El loco del pelo rojo (1956), sobre la vida del genial pintor Vincent Van Gogh, de quien solo había oído hablar. El pintor que nunca vendió un cuadro en vida, encarnado por un rotundo Kirk Douglas, se coló en mi vida de una manera paranormal, como una posesión. No solo él, sino otros pintores impresionistas como Paul Gauguin, encarnado por un actor camaleónico, Anthony Quinn, al que le dieron el Oscar al mejor actor de reparto por dar vida al pintor parisino. Kirk Douglas, que hizo probablemente el papel de su vida, se tuvo que conformar con solo una nominación. Resucitar al pobre Vincent para darle un trastazo, así lo entendí cuando vi la película sobre su vida.

No sé por qué don Antonio Machado dijo aquello de que «el cine es un invento del demonio». Estoy más de acuerdo con Ettore Scola, quien dijo que «el cine es un espejo pintado». El espejo en el que nos miramos y desde el que nos miran unas personas a las que en algunos casos les debemos casi la vida. Estos días he estado con un resfriado descomunal y he aprovechado para volver a ver esas ocho o diez películas que me marcaron y que sin ellas, sería otra clase de persona. Sin la menor duda. Aunque Alfred Hitchcock pensara que el cine son cuatrocientas butacas por llenar. Manda huevos.