Creo que es injusto pensar que los españoles votamos más con el corazón que con la cabeza, más condicionados por nuestro fanatismo o nuestra ignorancia que por la propia razón. Creo yo que los españoles votamos la mejor opción y que si elegimos la misma, una y otra vez, es porque la alternativa es espantosa o, ni siquiera, existe. Creo yo que ya está bien de tomar por estúpidos a los españoles.
Los andaluces están llamados a votar el próximo día 2 de diciembre. Y los candidatos son los que son. No hay otra cosa.
¿Son grandes políticos? ¿Pueden presumir de haber logrado grandes cosas a lo largo de su carrera? ¿El carisma de cualquiera de ellos es suficiente o carecen de él? ¿Se puede confiar en alguno de ellos? ¿Defienden una ideología poderosa y robusta? Contesten a estas preguntas y, luego, piensen en si deben votar a uno u a otro, en si deben votar (a secas).
Es duro para un ciudadano pensar que la clase política de su país es, en general, corrupta o incapaz de gestionar las necesidades de la sociedad; es penoso no saber a quien votar cuando las alternativas se parecen tanto en la zona de las miserias. Esto de la política se ha convertido en una especie de tortura y, sobre todo, en un coñazo.
Dicho todo esto, hay que añadir que tampoco conviene seguir gobernado por una secta, o elegir a cualquier tuercebotas porque se fotografíe junto a las siglas de un partido político, o votar al menos malo con falta de ganas o una mínima convicción. Hay que recordar que se puede no votar, votar en blanco o votar al Capitán América.
Los andaluces están llamados a dibujar su futuro y, sea cual sea el resultado, reflejará la voluntad de un pueblo entero. Eso nunca puede ser motivo de crítica alguna. Además, ya está dicho: la clase política es la que es, los candidatos son los que son y los milagros son muy escasos (eso si es que existen).