El taxi, como otros muchos sectores, se enfrenta en todo el planeta a la competencia de nuevos agentes surgidos de la transición digital de la industria y los servicios. La respuesta a los retos de las nuevas fórmulas de movilidad ha sido muy dispar: desde el recurso a la violencia a las demandas judiciales para limitar la oferta, pasando por las huelgas y manifestaciones.
Como casi siempre, se ha puesto el foco en las reacciones negativas de los taxistas y se han difundido poco las iniciativas ejemplares de los que se han esforzado por adaptar sus vehículos a la digitalización y a las nuevas demandas de los usuarios.
Son los taxistas que cuidan su indumentaria y la limpieza de la cabina, los que preguntan qué emisora prefiere el cliente para sintonizarla, los que aceptan medios de pago electrónicos: tarjeta o teléfono móvil, los que llevan prensa del día: de pago y gratuita, los que ofrecen caramelos con y sin azúcar de cortesía, los que están apuntados a una emisora y a una aplicación móvil, los que aceptan vales de empresas concertadas con la red a la que pertenecen...
Estos ejemplos de buenas prácticas los reúnen algunos profesionales que, por otra parte, son los más abiertos a prestar servicios no tradicionales como hacer de mensajeros, realizar gestiones o efectuar giras o viajes turísticos con precios personalizados. Los más avanzados ofrecen ya wifi gratis en sus taxis y atención por WhatsApp, así como presencia constante en las redes sociales.
Pero los hay más avanzados todavía que preparan nuevas opciones como los trayectos compartidos para abaratar el precio final de la carrera en recorridos que se pueden reservar con antelación, como es el caso de los traslados a estaciones y aeropuertos.
La responsabilidad con el ahorro energético y el Medio Ambiente ha llevado a los taxistas ejemplares a utilizar híbridos enchufables o gas natural en sus vehículos. Todos los taxis no son iguales, los hay excelentes, normales y malos, malísimos.