No sé cuántos años hace ya de la instalación de los primeros termómetros callejeros en Sevilla. Esos soportes publicitarios que dan la temperatura (la más de la veces, falsa) y la hora, y que solo sirven para que los turistas se hagan selfies con el aparato de marras entre los cuarenta y tantos-cincuenta grados. Y lo que es peor, para las conexiones de las cadenas de televisión estatales que ilustran las altas temperaturas veraniegas en España con los disparatados termómetros sevillanos, aunque ese día haga más calor en Zaragoza.
El susodicho artilugio es todo un anacronismo, como las cabinas telefónicas en la calle, que están siendo desmanteladas. Cuando todos tenemos en el móvil la temperatura y los datos meteorológicos completos del lugar en el que estamos –y de cualquier otro en el planeta–, ¿para qué se quiere un cacharro que solo sirve para perjudicar la imagen de Sevilla desde el punto de vista turístico?
Que no se diga que esta crítica peca de negativa: propongo que, en caso de que traiga más cuenta conservarlos que quitarlos, dejen de dar la temperatura y ofrezcan el dato de la calidad del aire de las estaciones de medida o de la concentración de polen que Salud Responde difunde para conocimiento de las personas alérgicas.
Como todo el mundo sabe, la temperatura real se obtiene siempre a la sombra, y no al sol en soportes metálicos recalentados que alteran la realidad, y que contribuyen a la leyenda urbana de Sevilla como la ciudad más cálida de la península.
Por todo lo expuesto, pido al alcalde de la capital hispalense que inicie los trámites necesarios para suprimir tan inservible mobiliario urbano que tan dañino resulta para los intereses de la hostelería sevillana, empeñada en desestacionalizar el turismo, y que contribuye al estrés térmico de propios y extraños.
El Ayuntamiento puede estar seguro que nadie reclamará la reposición de los termómetros callejeros y los ingresos publicitarios pueden ser compensados con otros soportes más imaginativos como pérgolas o sombrillas solares patrocinadas.