Terror en los mataderos

Uno de los motivos de que me guste tanto la carne es que de niño no veía un filete de ternera ni en la televisión. Y cuando lo veía, como era un monitor en blanco y negro, no sabía si el filete era rojo o blanco

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
09 feb 2018 / 17:45 h - Actualizado: 09 feb 2018 / 23:13 h.

Los seres humanos hemos vivido casi siempre de comernos a los animales y eso nos ha hecho evolucionar físicamente. Según un estudio de la Universidad de Harvard de hace un par de años, el consumo de la carne cruda por parte de los primeros homínidos propició que los primitivos humanos desarrolláramos mandíbulas más pequeñas y, por consiguiente, el cambio del rostro, lo que también afectó a la manera de hablar e incluso al tamaño de nuestro cerebro. O sea que hace dos millones de años teníamos una patata más grande que la de ahora, aunque no sé si éramos más inteligentes. Millón y medio de años más tarde aprendimos a filetear la carne y a cocinarla, una vez que inventamos las herramientas, y desde entonces hasta ahora hemos creado mil maneras de zamparnos un cochino, un pollo, un cordero o una liebre.

Soy un gran consumidor de carne, aunque sé que no es bueno abusar porque puedo llegar a padecer enfermedades terribles como algún tipo de cáncer o cardiovasculares. También sé que saliendo a la calle me puede matar un coche y que bañándome en el mar puedo ser tragado por una ola gigante o morir de un corte de digestión. Lo último que sé es que la carne roja me puede provocar diverticulitis en el intestino. ¿Y eso qué es? Suena a fiesta flamenca en las tripas, pero no, es un trastorno digestivo que implica la formación de vejigas o bolsas en la pared del intestino llamadas divertículos, cuya acción es más común en el colon aunque puede manifestarse igualmente en el intestino delgado. Claro, lees todas estas cosas para hacer el artículo y te dan ganas de hacerte vegano, pero es que la carne es fundamental en la dieta mediterránea o, al menos, eso nos han dicho siempre.

¿Es bueno comer carne a cierta edad, como la mía, que ando ya en el preámbulo del chocheo? No, no lo es. La carne es fundamental en los primeros años de nuestra vida, cuando estamos creciendo, sobre todo en la infancia. Y ahí quería llegar, porque uno de los motivos de que me guste tanto la carne y que la consuma con cierta regularidad es que de niño no veía un filete de ternera ni en la televisión. Y cuando lo veía, como era un monitor en blanco y negro, no sabía si el filete era rojo o blanco.

¿Quién se podía comer en Andalucía un buen filete de ternera roja hace medio siglo? El cura del pueblo y porque se lo regalaban los señoritos, que esos sí que podían. Y no hablemos del marisco, porque un día llevé un carabinero a mi abuelo que me había regalado uno que fue a poner unas cunitas a Palomares, y el pobre lo metió en un lebrillo con agua porque no lo había visto nunca y no se fiaba o temía que mordiera y nos pegara la rabia. Para mi abuelo, un carabinero era un guardia civil, porque este antiguo cuerpo se integró tras la Guerra Civil, en 1940, en la Benemérita.

No he visto el programa completo que Jordi Évole dedicó hace unos días a una especie de matadero del terror, con cerdos deformes e inválidos. No suelo seguir los programas de este periodista tan de moda y provocador, porque me cae mal. No sé, será un problema mío. Lo cierto es que viendo algunas partes del programa se me han quitado las ganas de seguir consumiendo carne de los mataderos. La cosa es que he visitado a veces algunos degolladeros andaluces y me han parecido muy profesionales y bastante limpios. De hecho, exportamos mucha carne porcina a otras regiones de España y de fuera de nuestro país, siendo una de las industrias más destacadas. Málaga, por ejemplo, es una provincia que exporta bastante carne porcina. Es, si no me equivoco, la cuarta de España, luego será por algo, porque estamos hablando de unas sesenta mil toneladas al año, lo que traducido en euros son muchas decenas de millones.

El daño que ha podido hacer el programa de Évole lo tendrán que evaluar los especialistas en estos asuntos. Y lo que pueda afectar a empresas andaluzas como, por ejemplo, Famdesa, de Málaga, con unos mil empleados. Al parecer, esta gran empresa tiene mucho éxito, entre otras razones por su exhaustivo control de la producción, interviniendo en el cultivo del cereal y la creación de piensos, y con granja propia. Esto no quita que en esta u otras empresas se puedan llevar a cabo prácticas poco salubres o que no se trate a los animales como es debido y obligan las normas, aunque se críen para ser sacrificados y acaben en nuestras mesas.

Évole ha mostrado el lado oscuro de la industria cárnica española, pero solo el de una granja, en concreto de El Pozo, empresa con sesenta años de historia, desde donde enseguida lo acusaron de manipulador. Pero las imágenes están ahí y son tremendas, con cerdos maltratados, algunos deformes y con tumores que impactan. La verdad es que cuesta creer que animales en ese estado entren en la cadena de producción y acaben en nuestras tripas. Pero ante la duda, el Gobierno debería investigar y aclarar el asunto por el bien de todos, de la industria, porque somos una potencia internacional, y de los consumidores, en vez de ponerse de parte de los poderosos y en contra de un periodista que, guste o no, se caracteriza por reportajes de este tipo y a ello debe su extraordinaria fama, que al parecer le gusta bastante, aunque esto no sea el motivo del artículo.

Sinceramente, esto no me va acondicionar mucho a la hora de seguir o no consumiendo carne de cerdo o de conejo, aunque reconozco que lo que he visto del programa me ha gustado poco. Tampoco me gustaban las matanzas que veía de niño en Palomares del Río, donde en muchas casas se mataba a un cerdo en Navidad y llegaban los chillidos del pobre animal a Almensilla. La cuestión es confiar o no en las empresas y en que el Gobierno haga los controles necesarios para que la carne y todos los alimentos lleguen a nuestra mesa con todas las garantías. Luego, si un periodista es capaz de investigar y denunciar irregularidades, para eso están. Sin alarmar, claro, porque se quitan las ganas de comer.