Si es usted de los que no ha visto Juego de Tronos aún, es posible que se halle inmerso, sin percibirlo, en una dimensión paralela a la real. Lo que usted tiene por verdades, pues encaja en los parámetros materiales y formales en los que se ha educado, no son más que espejismos de un tiempo caduco y trasnochado que si alguna relación tienen con la vida real es fruto del azar y de la mera coincidencia. En nuestros días la piedra rosetta que sirve para interpretar la convivencia política está tallada por los guionistas de las series de televisión más populares, pero no solo. Hay series dedicadas en exclusiva al que se tiene como sector intelectual de la población –minoritarias por razones que tienen que ver con la pesadez de la trama y la impostada profundidad de la misma– y que se filman con el único objetivo de hacer creer a estos elegidos que, capítulo tras capítulo, sólo ellos asistirán a la revelación de los misterios últimos que explican las relaciones de poder que dominan nuestra entera existencia: las finanzas, la política, las religiones y los medios de comunicación, todos ellos a su vez en coyunda perfecta para así construir una serie pay per view de la mayor sensualidad y realismo (autorreferencial) posible.
En la era de la imagen y las nuevas tecnologías, nuestras vidas en común como ciudadanos o plebeyos vuelve a ser explicada por juglares de gesta sin el romanticismo de los largos caminos. La verdad en series circula en forma de bytes a velocidad de vértigo por fibras que, como nervios, cubren todo el territorio habitado. Nadie debe quedar excluido de la imagen y el relato, de la verdad anunciada. El poder político, su anatomía y fisiología, hace tiempo que dejaron de explicarlo Maquiavelo y sucesores en voluminosos los libros. Todo ese pensamiento acumulado de siglos hasta llegar a nuestra civilizada forma de vida –en la que ley es la única manifestación legítima de un poder que es a su vez de todos y de nadie–, es demasiado complejo y tedioso para el formato televisivo, y por ende poco rentable. Resulta más efectista y lucrativo que la forma y fondo del poder político la expliquen Frank y Claire Underwood, que la del poder religioso la represente un esperpéntico The Young Pope y que la del temible poder financiero tenga rostros conocidos en la serie Billions. Pero si quieren tener a su disposición la hoja de ruta más completa para entender casi todo lo que nos pasa, no se pierdan Games of Thrones. En esta serie se encierran las claves que explican gran parte de las cosas que estamos viviendo, desde el regreso de los más primarios instintos como causas que explican la entera realidad, hasta las ingeniosas propuestas de confederación para las diecisiete repúblicas de España. La realidad explicada por la ficción, una forma como otra cualquiera de volver al duro y frío invierno.