Tichý en el CICUS (II)

Image
28 jun 2019 / 08:13 h - Actualizado: 28 jun 2019 / 10:17 h.
"Arte"
  • Tichý en el CICUS (II)

TAGS:

Pero: ¿por qué fascina fascina TICHÝ?, ¿por qué ejercen esa fuerza magnética cada uno de sus positivos? Entiendo que es por esa mezcla de belleza de la decadencia, un estado que no es real sino vaporoso, desdibujado, desfotografiado si se permite el término. Un estado mental que parte de un fortísimo erotismo manifiesto en la forma, en la visión del voyerista que fue él y somos nosotros ahora mirando sus fotos cargadas de sensualidad, y puede que sintamos el mismo vértigo, la atracción obsesiva e irresistible que sintió por los cuerpos femeninos, o mejor, por las partes de los cuerpos donde se concentran los órganos, por así decirlo, reproductivos.

Fascina porque sabemos que mientras las hace está haciendo también arte con independencia de que sea este su primer y único propósito. En una obra como la suya, la división tradicional de la fotografía como arte y documento por una parte y profesionalidad o amateurismo por otra, no está claro. Ni falta que hace porque a la larga, representa la suma de todo esto y ese más allá tal vez imposible de definir y que es el arte, lo que se supone trasciende se gozara o no de fama en vida.

Fascina, por su independencia artística y su deriva vital. No por su caída a los infiernos, sino por encontrar precisamente el paraíso asumiendo las consecuencias de la libertad y la soledad, de la valentía e independencia de no seguir otros gurús, otros cantos de sirena que no fueran las de carne y hueso, sobre todo eso, de carne, que atrapaba clandestina y subrepticiamente en la piscina de su ciudad de elección, Kyjov, de donde apenas salió.

Fascina, por la seducción que mantuvo siempre con sus “cámaras imposibles”, fabricadas por él con cartón, latas de conserva, elásticos, tapones de botella, carretes de hilos, etc. que procedían de los desechos de esa sociedad de consumo que detestaba, llegaban hasta su casa y allí se transmutaban en las modelos cargadas por él de erotismo, sexualidad, e incluso y por qué no, algo cercano a la pornografía tanto implícita como explícita si le añadimos la imaginación, la intención que intuimos está detrás de cada una.

Y fascina por último (aquí cada uno podría continuar con las suyas), por su despreocupación hacia el resultado, si han salido sucias, o movidas, o desenfocadas, o fuera del encuadre, aunque ciertamente esto es lo único junto a la composición espontánea y rápida, que siguió como preceptiva y perceptiva.

Son fotos “robadas”, triplemente movidas por la situación en que se produjeron y por el impulso de su mano. También por las circunstancias donde las revelaba, ya que (además de las cámaras) hacía las Instantáneas y sus propios carretes con acetato y plexiglás, pulía las lentes del objetivo, construía el mecanismo del obturador, las manecillas con las que disparar, y las iba extrayendo mezclando los ácidos en cubetas improvisadas en el cuarto oscuro que en realidad debía ser su casa.

De manera que bien puede afirmarse que TICHÝ fue el fotógrafo total: que se construía las cámaras, fabricaba las películas, disparaba las fotos...y ¡¡¡las revelaba!!! Por si fuera poco, además las enmarcaba en unas cartulinas y papeles rústicos que convertían a “su estudio/laboratorio/ casa”, en un garito que afectaría a la pituitaria, al tiempo que un gineceo imaginario e íntimo, y porque tampoco su fin era el lucro.

Bizarro, salvaje, radical, sincero, vacía de artificio, feísta, bruto, son términos aplicables a su arte y a él mismo. El buen salvaje, el TARZÁN JUBILADO haciéndome eco del título del documental de BAUXBAUM que se proyectaba en sala, tal vez es como mejor se pueda definir lo indefinible, lo intransferible de su persona y de su arte.

Debía resultar sorprendente ver su figura en las calles, y debió ser una experiencia extraordinaria entrar en su antro compartido con ratas (lo dice riendo en una secuencia), comprobar el estado de conservación de los miles y miles de rollos sucios, doblados, rotos,..., sus cuadros desvencijados, los miles y miles de fotos también rotas accidentalmente o porque usaba papeles que se encontraba por ahí, pasadas de exposición en la ampliadora, quemadas, con grumos y descuidos, retocadas a tinta sin perfeccionismo alguno, dispersas por rincones mugrientos, contenedores sin clasificación o datación alguna.

¿Cuántas fotos hizo? Él confiesa que desde 1960 en que fabricó su primera máquina, hacía unas 100 al día, y esto estuvo haciendo hasta poco antes de fallecer. Si tenemos en cuenta que lo hizo desde que optara por la foto y no por las otras artes visuales de las que también hay unos pocos ejemplares en la exposición, y aunque fuera reduciendo el número entre otras cosas por la vista y por la artrosis, tendríamos una aproximación numérica aunque no exacta. En cualquier caso, debían existir en su taller/estado original, miles de ellas desbordando las cubetas, emergiendo por los rincones como los brazos de una Hydra. Y es esto, el número, la secuencialización, la serie que una y otra vez se repite en las imágenes aisladas de diferentes (o de la misma) mujer, son las que van a realizar el culto, esa idealización o sublimación, esa impotencia trasformada en arte, ese fetichismo,...todo lo que serán a la larga las características que acaben por definirle, entrar con mayúsculas en la Historia de la Foto.

Vestidas, “sus” mujeres (teniendo en cuenta que no se casó nunca), simulan a pesar de todo estar desnudas ante sus cámaras. No miran ni posan –salvo unas cuantas- de manera que son sólo cuerpos, pechos, muslos, tobillos, pantorrillas, traseros, pubis,...tampoco necesariamente jóvenes, “lolitas” o maduras, rubias o morenas, delgadas o gordas, las que involuntariamente se exhiben ajenas esa parte de su anatomía que se está fotografiando, y que describe/enfoca recortando los rostros para centrarse en las piezas del bikini, en el bañador antes o después de la ducha, sentadas en los parques, caminando por las calles, o ciertamente haciendo el amor en los bancos o en la hierba.

Amas de casa, actrices, profesionales libres en sus momentos de asueto tratadas como Venus, ninfas, diosas, prostitutas. El deseo hecho fotografía.

Él decía que para ser un artista cuando todo ya está más que hecho, hace falta “ser el peor de todos”. De ese modo se alcanza según él la fama. Paradójicamente, la pronunció un artista que aparentemente renegaba de ella, a no ser que la pretendiera –cosa que no creo o sólo a medias- a través del disfraz, de su abandono, y por encima de todo, de su coherencia, pues ya era famoso antes de que se conocieran sus fotografías, precisamente por su aspecto de clochard siempre unido a unos artefactos que pocos creían no capaces de fijar nada, ni de obtener con ellos el friso tan amplio que trazó de sus contemporáneos (¡contemporaneas!), de las costumbres de una parte de la humanidad en un lugar y un momento determinado en el corazón de Europa. Fama casi póstuma, recuperada para el arte gracias a ese milagro que a veces se produce –no- cuando un autor encuentra a alguien al que “abduce”, sino como suele ocurrir, cuando ese alguien (un galerista, un coleccionista, otro artista, un periodista, un/-a “influencers”), le encuentra.

Para nosotros es la 2ª vez que “viene” a Sevilla, pues ya lo trajo JUANA DE AIZPURU y HARALD SZEEMAN en el 2004, en ese proyecto que fue la Bienal de Arte y que como tantas cosas aquí, quedó truncado. Hoy TICHÝ se expone afortunadamente en todos los Museos y Centros de Arte internacionales, se cotiza al alza, se ocupan de él en revistas como “Vanity Fair”,...lo que parece otra nueva contradicción por todo lo dicho y en definitiva se le admira, se le tiene como referente y se le quiere, porque por encima de todo captamos al ser que está latiendo en cada una de esas estampas profanas que al fin y a al cabo, es lo que son sus fotos. También por la luz que tienen y desprenden; por la bohemia voluntaria no dictada por otros o motivada por las circunstancias y en el fondo, porque le sabemos único e irrepetible, por esa mezcla de sufrimiento y felicidad que tuvo y supo volcar en arte,...,....

Y bien, dejamos atrás a TICHÝ y felicitemos a todos los que han hecho posible, una vez más, el que le recordemos, nos cuestionemos los propósitos –si es que los tiene- del arte, intentemos comprender que para algunas personas no existe separación alguna entre vida y arte, vida y literatura, etc.

La exposición se cierra con una selección de artistas que forman parte del futuro Museo TICHÝ que la Fundación TICHÝ OCEAN, OCEAN TICHÝ está construyendo, con nombres tan significativos como los de ARAKI GOSHKA, MACUGA, JONHATTAN MEESE, DAIDO MORIYAMA, HANS PETER FELDMANN, RICHARD PRINCE, LAURENT WEINER,...una iniciativa para homenajear al “maestro” a través del intercambio de obras.