La Semana Santa tempranera también trajo una Feria madrugadora y a contrapelo. La Navidad era aún una certeza demasiado cercana cuando se extendió de pared a pared esa pancarta de la Puerta de Carmona que se convierte en la línea de salida del tiempo que se fue. La cuaresma invernal, la inestable semana mayor y el frío irreductible nos pusieron a los pies de los farolillos desvencijados por el viento y el agua. Pero aún no ha terminado abril y ya miramos la túnica y los ternos de gala con la fatiga de lo que se supo o se quiso vivir con intensidad. Seguramente ha llegado el tiempo de la calma. De mirar atrás para preguntarnos qué rescoldos dejó en el alma esa Semana Santa que, posiblemente, se pretendió gozar con el ansia de esos amores que se saben efímeros. Pero la brújula de la Sevilla interior apunta ahora a otras islas de belleza que pertenecen a la historia viva de las cofradías sevillanas. Se trata de los cortejos sacramentales, recuperados en su esplendor gracias al trasvase de savia nueva que llegó en forma de fusión entre las renqueantes hermandades del Santísimo y las pujantes cofradías penitenciales. Ese rescate ha permitido devolver a la ciudad un patrimonio humano, religioso y material de valor incalculable que se muestra en esas luminosas mañanas de Pascua Florida en las que Dios sale bajo palio y precedido de los suyos para llevar la comunión a los enfermos. No se pierdan ninguna.