No sé por qué pero nunca me han atraído los carnavales. A veces pienso que cuando de verdad nos disfrazamos es fuera de esas fiestas, todo el año, y que cuando llegan nos mostramos como somos o querríamos ser, dando rienda suelta a nuestras más inconfesables fantasías y aspiraciones. Como es Carnaval, puedo despendolarme y decir lo que me dé la real gana o vestirme de mamarracho. El otro día entré en La Caramba, un bar de El Cerro del Águila, y había una mujer en pijama y boatiné, con sus pantuflas y todo. A lo mejor era un disfraz o simplemente una vecina que había bajado del bloque a por un serranito y le importaba un pimiento que la viéramos como un pelele. Nos disfrazamos en las bodas y los bautizos, cuando llegan la Semana Santa y la Feria, en las cenas de empresas y las despedidas de solteros. Sonreímos siempre cuando vemos una cámara y nos pellizcamos los mofletes para tener mejor color de cara, que eso también es ponerse el disfraz. En Carnaval, lo suyo sería la completa desnudez, que se nos vean bien las carnes, los complejos y las vergüenzas. ~