Cansado de escuchar a los que niegan las evidencias y a los que afirman las mentiras más cochinas, hoy tengo que confesar que estoy convencido de la necesidad de ser feminista, ecologista y pacifista, por este orden. Harto de los y de las que quieren meter en el saco a las mujeres, pese a que el del saco siempre ha sido macho y, encima, se quejan del todos y todas.
No hay más remedio que levantar la voz contra todos los negacionistas de la necesidad del feminismo, que son los afirmacionistas de lo bien que están las mujeres y de lo mala que es la ideología de género. El cabreo generalizado y justificado contra la clase dominante y mangante nos confunde el juicio y nos aleja del matiz y del análisis.
La mayoría ha comentado la presencia en solitario del marido del primer ministro luxemburgués con las esposas de los mandatarios de la última cumbre internacional, pero pocos se han preguntado por la ausencia de los esposos de Ángela Merkel y Teresa May y, todavía, menos se han interrogado por la inmensa mayoría masculina de los que mandan en el mundo.
La desigualdad campa a sus anchas en todos los ámbitos: brechas salariales en todos los sectores, techos de cristal en lo público y en lo privado, feminización de la pobreza y masculinización de la riqueza, sexismo en todas las grandes confesiones religiosas. Todos debemos ser feministas para lograr el cumplimiento de los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas.
Si queremos ser justos y honrados con nosotros mismos y con los que nos rodean no queda otra opción que asumir el feminismo para que media Humanidad deje de ser la servidora de la otra mitad, la naturaleza sea respetada y la violencia deje su actual protagonismo a la paz. Todos deberíamos ser feministas es el título del libro de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, publicado en 2014 y semillero de numerosas campañas hasta nuestros días.