Tomás Pavón y Rosalía

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
11 nov 2018 / 09:12 h - Actualizado: 10 nov 2018 / 09:16 h.
"Desvariando"
  • Tomás Pavón y Rosalía

Me contó un día Tolita, la hija de la Niña de los Peines, que cuando Tomás Pavón fue operado de algunos pólipos en la garganta el médico le ordenó que no cantara en dos o tres años. Por supuesto, que tampoco fumara, porque fue un fumador empedernido. Tomás le hizo caso y estuvo dos años sin cantar nada y hablando solo lo justo. Aliviaba sus penas fabricando jaulas para sus propios pájaros, arreglando relojes de bolsillo y pescando barbos en La Barqueta. Pero celebrando el santo de Pepe Pinto, en el domicilio del cantaor macareno y su esposa, en la Alameda, se reunieron algunos amigos de la familia, entre ellos artistas como Melchor de Marchena, el Niño de Aznalcóllor, la Perla de Triana y su hijo, el Perlo. Cantaron todos y Tomás sufría al no poder echar fuera el fuego que abrasaba su pecho de cantaor vital. Pastora le pidió a Melchor que le tocara por seguiriyas para cantar ella y antes de hacer la salida, se le adelantó Tomás, que ya no aguantaba más.

Cómo cantaría el genio de la Puerta Osario, después de dos años sin abrir la boca, que cuando acabó, Pastora abrió el balcón del piso de la calle Calatrava, empezó a gritar y se arrancaba mechones de pelo a gañafones. Tomás echó de golpe todas las penas que había ido acumulando, con unas seguiriyas que, según Tolita y el Perlo, parecían haber salido de la tumba de Manuel Torres, el ídolo de Tomasito. Para un cantaor como él, que tenía el don de la emoción y la belleza musical, no había mayor castigo que el de no poder cantar.

Suelo escribir con cierta frecuencia de este genial cantaor sevillano, porque es uno de mis ídolos. Para mí, Chacón y él fueron la perfección en el cante jondo, digamos técnicamente, aunque con alma. Lo hago este domingo porque me apena que cada vez sean menos los cantaores a los que no les importa el dinero o la fama, como a Tomás, que murió pobre en una habitación que le había dejado su hermano Arturo en su casa de la Plaza de la Mata, en la Alameda, donde tuvo su academia Eloísa Albéniz, la esposa de Arturo. Allí murió Tomás el 2 de julio de 1952, mientras Pastora y el Pinto lloraban desconsoladamente en la azotea y Reyes, la mujer del cantaor, le acariciaba la cabeza para que su marche no fuera tan dura. Reyes se quedó muy desamparada, y se tuvo que buscar la vida como pudo, unas veces vendiendo colonia y otras rifando por las calles unas muñecas de trapo que ella misma hacía.

Tomás Pavón jamás cantó donde no le gustaba cantar, ni para nadie que no supiera valorar su cante gitano. Era orgulloso, y muy digno. Es verdad que siempre tuvo el apoyo económico de su hermana Pastora, que le quitó mucha hambre, lo que le permitió ser selectivo. Lo llamaban para una fiesta de señoritos y siempre preguntaba que quién era el que pagaba. Y si no le gustaba, no iba. Preguntaba también si había mujeres, porque no le gustaban las fiestas con mujeres, a no ser que fueran artistas que cantaran o bailaran. Cantó en muchas fiestas de La Europa, un tabanco de la Alameda, con cantaoras como La Moreno, La Pompi Chica o La Perla de Triana, pero en el momento que entraba una mujer, la de algún señorito, y le pedía un fandanguillo de moda, se levantaba y se iba, a sabiendas de que no cobraría y que llegaría a casa sin dinero para que Reyes pusiera el puchero.

Es conocida la anécdota de cuando fue a buscarlo Canalejas de Puerto Real para que se fuera con él en su compañía y recorrer toda España. Y Tomás le dijo: “No, Juan, yo me quedo en la Alameda, pero a compás”. Lo del compás era porque el cantaor de Puerto Real cantaba cuplés por bulerías sin ser un virtuoso del compás, aunque tampoco es que cantara atravesado. Pero Tomás habría tenido algo con él, algún disgustillo, y le zampó lo del compás. Seguramente, Canalejas le iba a pagar 500 pesetas por función, con lo que se habría podido comprar una buena casa en Sevilla al final de la gira, pero jamás pensó en eso.

Uno de los grandes admiradores de Tomás fue Juan Belmonte, el gran torero sevillano, quien le dijo una vez en público, en presencia de Manuel Torres, que ligaba el cante como él ligaba los naturales o los pases de pecho. Tomás era aficionado al toreo y de niño le llamaban Rebertito, por el torero Reberte, de Alcalá del Río. De tres fiestas que hacía, dos eran organizadas por toreros sevillanos o de otras ciudades españolas que venían a torear a la capital andaluza y después de la corrida solían meterse en fiesta con los artistas flamencos en la Real Venta de Antequera, La Europa o El Duque. Con una fiesta de esas, si el torero era generoso, Tomás podía vivir con tranquilidad durante todo un mes. Y esa fue su vida, el cante en las fiestas, las pesca en el río, las horas y horas en su casa escuchando discos de Chopin, arreglando relojes de bolsillo y haciendo jaulas para sus pájaros.

Con motivo del éxito de la cantante catalana Rosalía –no le llamo cantaora, allá quienes lo hagan–, hay aficionados e incluso críticos que andan diciendo por ahí que gracias a la labor de la chiquilla, un verdadero fenómeno social, el cante podrá competir con otros géneros musicales y que los cantaores y cantaoras van a vivir como marajás. ¿Cuándo han querido vivir los cantaores como marajás? Ningún cantaor, digamos del corte de Tomás –Mojama, el Gloria, Mazaco o Manuel Torres–, vivió jamás como un marajá. Y no es que pretenda dar a entender que el cantaor tiene que pasar hambre y penas para doler cantando. Tampoco es eso, porque, como diría Morente, los cantaores no nacen ya en las cuevas. Pero el cante bueno, el puro, siempre fue para una minoría y quienes tenían esa pureza interpretativa, como Tomás, se conformaban con poder comer y tener un buen colchón donde dormir. A poder ser, de lana y no de borra o foñico.

Aún hay cantaores puros como Tomás, aunque no tengan su calidad, porque nadie ha cantado jamás como el genio sevillano de la calle Leoncillos. Esos cantaores están viendo cómo se sigue valorando poco lo que hacen, como ha ocurrido siempre, en el tiempo de Tomás o en el de El Fillo. Marchena solía decir que los grandes seguiriyeros morían todos con dos remiendos en el culo, y era cierto. El seguiriyero más grande de todos los tiempos, Manuel Torres, murió pobre como una rata en una pequeña habitación de la sevillana calle Amapola, con cinco niñas pequeñas, una esposa joven y dos galgos, Andújar y Amapola.

Tomás ya no va a regresar nunca. Pero sí debería hacerlo aquel espíritu de su época, cuando los artistas flamencos se sentían orgullosos de mantener vivo el legado que habían recibido de sus maestros. Lo de Rosalía es un camelo, un cante sin sustancia, con muchos trucos de estudio y marketing. Es triste que hasta los que van de flamencos le estén haciendo la ola.

Ha muerto Tomás Pavón.

Que nadie abra la boca,

que aquí se acabó el carbón.