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Torres de Sevilla

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21 oct 2016 / 22:05 h - Actualizado: 21 oct 2016 / 22:05 h.

Entre las muchas torres que hay en Sevilla –la Giralda no cuenta, la Giralda es más que una torre– hay tres que cuelgan los metales de sus nombres o apodos sobre los cuellos de sus respectivas y similares historias.

La primera, la Torre del Oro, creada por el gobernador almohade Abú I-Ulá para defensa de la ciudad, debe su nombre a la argamasa de mortero de cal y paja que la hacía reflejar en las aguas del Guadalquivir con una tonalidad especialmente dorada, por tanto es falsa la atribución del brillo a la azulejería de la torre. Tan incierto como la leyenda que cuenta que el rey Pedro I El Cruel la utilizaba como una segunda casa donde albergaba sus amores secretos. Sobra el plural porque la única amante de don Pedro que habitó en la torre fue doña Aldonza Coronel, hermana de doña María, tras una enmarañada historia de cortejos, traiciones y seducciones, digna de un thriller cinematográfico sobre la vida del monarca, de la que ya os hablaré otro día en esta trastienda sevillana.

Doce caras de oro, tiene la torre que guarda el río, mirando siempre a Triana, doce caras de oro, tiene la torre albarrana. Doce caras de velas blancas y cantos de muecines con peinas de cigarreras, doce caras de Maestranza, la torre torera. Doce caras de soleares, de fraguas y de corrales, de prisión y de capilla, doce caras de puerto y puente que viven siempre pendientes de Triana y de Sevilla.

Y a tan solo un paño de muralla, con recuerdos de la Victoria de Fernando III, su hermana pequeña, la Torre de la Plata, desde la que ocho caras de argento brillan en la, también llamada, Torre de los Azacanes o aguadores de la época de Alfonso X El Sabio. Auténtico sabor medieval de Cantigas del XIII y de Corral de las Herrerías del XVII, entre el Carbón del Postigo y la Caridad de Mañara.

La torre unión del puerto con el palacio, pues siguiendo por la actual calle Santander, la Plata se hermanaba con el Bronce de la Torre de Abdelaziz, justo en la esquina de Santo Tomás, en la que Aníbal González la integró –tan a la perfección– con uno de sus edificios, que podría llamarse la Torre Desapercibida.

La que entre el Archivo de Indias y las papas aliñás del Casablanca, alza sus seis caras en honor del emir y gobernador de Sevilla, Abd al Aziz Ibn Musa, con el bronce popular con el que apodaban a la que también llamaron Torre del Homenaje por ser el primer lugar donde ondeó el pendón de San Fernando antes de que Garci Pérez de Vargas lo subiera a la Giralda.