La llegada de la laicidad a los colegios públicos españoles supuso el fin del control de la Iglesia sobre la educación en este país, y la imposición del catolicismo a las nuevas generaciones. En este sentido, y atendiendo al carácter multicultural que ha ido adquiriendo la sociedad española en los últimos años, es entendible la separación entre la Iglesia y cualquier ente u organismo de carácter público.
La convivencia entre ciudadanos pasa por la eliminación de cualquier imposición de carácter ideológico o religioso, no obstante hay que entender que la tradición católica tiene unas raíces muy fundadas en nuestras costumbres, sin que ello implique una necesaria influencia dogmática.
Los sevillanos tenemos una forma curiosa de entender y proseguir las tradiciones. En ellas encontramos una simbiosis natural entre lo religioso y lo cultural, entre el folclore y la divinidad. La Semana Santa, no es solo un importante activo económico y turístico para nuestra ciudad, se trata más bien de una serie de costumbres familiares que perduran generación tras generación, y que dotan en buena parte de un fuerte sentimiento de identidad.
Entender la Semana Santa sevillana implica, necesariamente, atender a cuestiones populares que van más allá de lo meramente religioso. Supone plantearla como una auténtica manifestación artística, donde se conjuga lo espiritual con la música, la escultura, el olor e incluso el propio ambiente festivo. ¿Acaso alguien diría que las miles de personas que se echan a la calle en esos días son católicos practicantes? Teniendo en cuenta la decreciente afluencia a las actividades pastorales ajenas a la Semana Santa y a misa, la respuesta se hace evidente.
Considerando lo anterior, es el momento de reflexionar sobre la idoneidad de la propuesta de la plataforma Sevilla Laica. Prohibir las procesiones en las escuelas públicas no es un acto a favor de la educación, sino un tremendo ataque a uno de los pilares que deben fundamentarla: la cultura.
Seamos realistas, las actividades relacionadas con la Semana Santa que se han promovido en el ámbito escolar de forma tradicional no atentan contra la libertad religiosa, ni fomentan discriminación alguna. Se trata de una festividad que promueve la convivencia e inculca la unión, la necesidad social de compartir.
La enseñanza, las asociaciones de padres y las plataformas- como Sevilla Laica- deberían estar más preocupadas por el decrecimiento de los valores comunitarios en las generaciones más jóvenes, encaminando su labor reivindicativa a la consagración de actitudes que fomenten el respeto y la tolerancia. Aislar lo religioso- y en este caso también lo cultural- supone un gran retroceso cívico. ¿Acaso alguien podría sentirse marginado presenciando el rezo en una mezquita? ¿O siendo partícipe de cualquier tradición que siente como ajena?
En un mundo cada vez más globalizado se hace imprescindible educar a las generaciones venideras en la convivencia de distintas opciones ideológicas y religiosas. Porque, en efecto las nuevas sociedades conforman un enriquecedor abanico cultural que debería ensalzar lo humano, por encima de lo divino. Un abanico en el que nadie puede sentirse discriminado por ser partícipe de una fiesta.
Una sociedad en la que todo sume.