No suelo llorar con las películas, pero recientemente una serie me ha tocado el corazón, el alma y, por descontado, las glándulas lagrimales. Apuesto a que muchos lectores han oído hablar de ella, pues se trata de un fenómeno mediático: “Por trece razones”.
No pretendo hacer una ficha técnica, mas considero conveniente dar unas pequeñas pinceladas sobre la trama, para que aquellos que no han visto “13 reasons why”, como se titula en su idioma original, se hagan una idea. Clay recibe trece cintas de vídeo en las que Hannah, una chica de su curso, explica de forma póstuma los motivos de su suicidio. En cada una de las cintas culpa a una persona diferente.
No me andaré con rodeos: la catalogación de esta serie como «no recomendable para menores de dieciséis años» puede quedarse corta, ya que aparecen secuencias explícitas de violencia, sexo y, por supuesto, un suicidio. Sin embargo, el principal motivo para que los menores no la vean es su carga psicológica. Por ejemplo, creo que yo ignoraba lo que verdaderamente significa la impotencia, hasta que me he convertido en espectador de esta serie. Impotencia por ver cómo avanza la trama hacia su trágico final. Impotencia por querer salvar a Hannah, y no poder hacer nada para evitar su suicidio. Impotencia por llegar a sentirme en la piel del chico que amaba a Hannah y que se culpa por no haber evitado la tragedia.
Días después de acabar la proyección, todavía siento un vacío en mi interior, como si hubiera perdido a una amiga de forma fatal. Me alivia saber que se trata de una historia ficticia. Sin embargo, hay muchas historias parecidas que ni forman parte de la ficción ni aparecen en televisión.
El suicidio es el peor de los desenlaces y no debería ser una opción para nadie. Sin embargo, las cifras de chicos y chicas que se quitan la vida en España no deja de crecer. Muchos de ellos se ven empujados por el acoso de sus compañeros de colegio, escuela e instituto. Pero no me refiero solo al acoso escolar; también me refiero al sexual —que produce tanta frustración— y a cualquier otra variedad.
Es aquí donde “Por trece razones” cobra sentido, pues nos ofrece una moraleja: cada detalle en la vida de una persona cuenta. ¿Hemos hecho alguna vez daño a un compañero? ¿Nos aprovechamos de una pretendida autoridad? ¿No guardamos el respeto a la dignidad de los otros?...
A diferencia de la ficción televisiva, en la realidad nada está escrito, por lo que es posible rectificar, que además de ser un verbo empleado por los sabios, puede salvar vidas.
Por Francisco Javier Merino
Ganador de la X edición
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