Antonio García Trevijano fue el hombre que estuvo a punto de presidir la Tercera República. La propia CIA en sus Informes desclasificados lo llamó Maverick. D. Antonio era, además, por cierto, andaluz de nacimiento.
Tuvo una vida de leyenda, en la que pasó de ser hombre de confianza de D. Juan («solo me ha quedado un amigo y es republicano»), a trabajar para el Opus Dei en evitar la publicación de las memorias de Fernández Miranda, aquel que primero preguntó «¿qué hacemos con Adolfo Suárez?», para a continuación dejar su testimonio escrito de todo aquello que le apartó de la Presidencia que creía merecer. Trevijano redactó la Constitución de Guinea entre nativos bailando en su derredor y asesoró el cierre del Diario Pueblo.
Tuve la ocasión de asistir a su último cumpleaños entre los que acudieron notables intelectuales como Albiac; y escasos políticos, tal vez solo Alejandro Rojas-Marcos, del que Trevijano habló, con justicia, excelencias. También tuve el privilegio de organizar uno de sus últimos actos, en el Palacio de la Duquesa Roja de Sanlúcar de Barrameda. Tuvimos que subirlo –no hay ascensores en el Palacio– en una silla, porque ya era incapaz de caminar.
El salón del Palacio estaba abarrotado –las ciudades que alguna vez tuvieron alcalde comunista a veces recobran la memoria– y hubo varios que lloraron al verlo aparecer, hasta que alguien preguntó, «todo está muy bien, pero ¿para cuándo la República?»
Trevijano era detestado por todos. No tengan duda de que cuando esto ocurre hablamos de alguien imprescindible. El siempre denunció el saqueo, el soborno y el crimen de Estado.
D. Antonio fue encarcelado por Felipe González. Cierto es que Felipe no tenía la firma, pero no hacía falta, porque fueron también los socialistas quienes lo condenaron a una segunda prisión. La más dura, la del ostracismo. El aprovechó ese silencio impostado para edificar en el sentido masónico filosofía política, algo que el sistema ya ha apartado de las aulas y que pocos jueces reconocen y preservan. Sus libros han alcanzado las bibliotecas de las principales facultades americanas.
Se dedicó durante años a enseñar la libertad de pensamiento; el sentido crítico. Y es que ya Azaña y ahora D. Antonio releen a Shakespeare quien hablando de Bruto dijera, «habría permitido que el diablo mandase en Roma antes que soportar a un Rey».
Y es que toda definición lleva dentro su farsa; la farsa de Narciso y el fracaso de Prometeo. DEP.