Triana, sin sombra, ni luz

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26 jul 2016 / 21:18 h - Actualizado: 27 jul 2016 / 15:14 h.

No habrá voz que cante lo bonita que es la primavera cuando llega como la que la carretera de Burgos nos arrebató una noche de octubre de 1984. Una voz de manantial que desde un balcón de la calle Feria atrapaba unas luminosas mañanas que sonaban a intramuros y a aires de libertad.

A los que esa música nos reunió para que todo comenzase a surgir como un sueño, pespunteándonos el alma a ritmo de bulerías de 5 x 8, hilvanando la frontera entre lo divino y lo terrenal para que ya nada pudiese sonar igual, la voz de Jesús de la Rosa, la batería de Tele y la guitarra de Eduardo, no tendrán reemplazo, porque lo que es único no se puede igualar. Nunca la guitarra a la mañana dejó de hablarle de libertad, ni cesó de caer fina la lluvia, ni la frialdad arruinó noches de amor desesperadas. Las canciones de Triana se silenciaron hace treinta y dos años, cuando a Jesús de la Rosa le llegó el día, aunque siguieron abriéndonos la puerta para que el día fuese a comenzar, naciendo así la leyenda.

El Ayuntamiento de esta Sevilla que a veces, sufre de mala memoria, no recuerda que se le concedió por petición popular, la medalla de la ciudad de Sevilla a Eduardo Rodríguez Rodway, heredero de la cola del viento, dueño del mapa de ese lugar donde la luna cae y siega la tierra que se nos dio, del lago y del pájaro blanco que echó a volar, como representante de una Triana que solo él abandera, ni recuerda que se mal rotuló como «Jesús de la Rosa» una calle inexistente también a petición de los miles de fieles que con las voces de Jesús, Tele y Eduardo, llenamos de desnudas mañanas sin sol todos los días de nuestra vida.

Que se suban al escenario los días señalaítos de la Velá aquellos que dicen llamarse «Triana» a cantarnos lo que nunca les oiremos suena a broma, y que los que en el corazón llevamos el rock de la calle Feria sabremos silenciarles con el olvido que merecen, el mismo con el que los encargados de dirigir la cultura de esta ciudad parecen tratarnos, con su desconocimiento hacia un grupo que ni tuvo, ni tendrá igual.