Turismofobia

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10 jun 2017 / 23:41 h - Actualizado: 10 jun 2017 / 23:42 h.
  • Turismofobia

Pienso que no son muchos, pero hacen bastante ruido y van en aumento. Se trata de ese sector de población que protesta por la «masificación» del turismo en sus respectivas ciudades. En Barcelona se ponen de manifiesto con pintadas y protestas: «Tourist go home», se puede leer en las paredes del barrio de Gracia, de la Sagrada Familia y en general en las zonas de mayor afluencia de visitantes. Los vecinos se quejan de las aglomeraciones, el ruido, el incivismo, la suciedad y el turismo de borrachera, así como de que perciben una subida de precios en la ciudad a consecuencia de tanta afluencia de viajeros. Tanto eco han tenido sus protestas que incluso la prensa internacional ha situado a la capital catalana entre «los ocho destinos que más odian a los turistas» en todo el mundo. No digo yo que esa clasificación sea precisamente rigurosa, pero bueno, habrá que considerar el asunto con atención.

El turismo en España está registrando cifras de récord desde que la coyuntura internacional desaconseja viajar a otros países que son competencia directa del nuestro en este mercado. La inseguridad en Túnez, Egipto o Turquía ha desviado hacia nuestras playas y ciudades esa auténtica marea humana del turismo veraniego. Pero no se trata solamente de hacia dónde se inclina la balanza. En general, la masificación del fenómeno turístico es consecuencia de la «democratización» de las vacaciones y de la permanente divulgación por las redes y los medios de comunicación de destinos y actividades que no te puedes perder si quieres que te tengan socialmente en cuenta. Los viajes se han convertido en una necesidad vital y el que no viaja es un desgraciado, así que quienes no ven con buenos ojos tanto visitante por las calles de su barrio deberían irse preparando, porque la cosa parece que va a ir a más.

Eran los noventa cuando una amiga compró una casita en un pueblo de la sierra de Sevilla de esos de quinientos habitantes con una tienda y un casino y poco más. Me decía mi amiga que allí no recibían muy bien a la gente que como ella y su familia buscaban tranquilidad y escaparse del estrés diario de la vida en la ciudad. Los llamaban «los forasteros» y sometían todos sus movimientos a un examen bastante incómodo en aquellos primeros tiempos. Hoy, ese mismo pueblo tiene ya cinco urbanizaciones de casitas «serranas», segundas residencias que triplican la población durante las vacaciones y fines de semana, y que han propiciado la aparición de comercios y bares y la apertura de un pequeño centro de salud. Con el tiempo los vecinos se han acostumbrado a eso que les pareció una «invasión» y ahora conviven más o menos felizmente con las nuevas circunstancias.

El turismo, de la clase que sea, es imparable. Es nuestra primera industria y genera actividad, empleo y progreso. Con todo, confieso que me molestan tremendamente esas informaciones que anuncian pequeños rincones, maravillosos y desconocidos, que aún están por descubrir para el turismo de masas. Señores, si es un paraíso déjenlo ahí quieto para los que tengan la suerte de tropezarse con él. Pero no, hay que darlo a conocer para que cuanto antes desembarquen allí los de las «casitas serranas» y vuelta a empezar.

Cierto que el turismo, sin una adecuada gestión, puede ser una calamidad. Una empresa municipal de basuras que es incapaz de atender la demanda triplicada del pueblito la época estival y lo mismo pero peor en Barcelona, o un servicio de autobuses que no se adapta a las manadas de cruceristas que desean visitar los lugares emblemáticos de la Ciudad Condal y colma la paciencia de los usuarios que viajan asfixiados como sardinas en lata... si es que pueden subir.

Confiemos en que cuanto antes estas señales de alarma sirvan para impulsar mecanismos que acomoden los medios y servicios existentes a las demandas de los visitantes en los lugares turísticos. O eso o morir de éxito, que también es una opción.