Puede un individuo depositar su voto en la urna por el simple hecho de serlo? Y si lo hace ¿es bueno o malo para la sociedad? Si es cierto que hace unos años los señoritos metían a los peones de sus fincas en una camioneta, con una papeleta en la mano, para que fueran a votar sin saber a qué partido porque no sabían leer y porque si no lo hacían se quedaban sin empleo, ¿qué significaba ese voto? ¿Era el progreso y la libertad? Y cuando esos peones pudieron votar a otros partidos inducidos, de la misma forma, bien por mensajes populistas o llevados por la sed de venganza, sin saber leer todavía ¿era eso el progreso y la libertad? Tremendas preguntas ¿verdad?
Lo son porque trazando esa línea imaginaria que colocaría a un lado a las personas que votan con un criterio claro, con una preparación adecuada, íntegros o por cualquier otra razón de peso; y a otro los que no podrían ejercer su derecho a voto, unos pensarían que eso no puede ser de ninguna de las maneras mientras los otros estarían muy contentos por pertenecer al grupo de privilegiados. Además ¿quién debería trazar esa especie de frontera? ¿Quién puede discernir sobre si uno está capacitado y otro no para votar?
Piensen ahora si les agrada la idea de entregar el gobierno de su país a un grupo de personas que no conocen los mecanismos políticos, que tienen muy buena voluntad aunque su preparación técnica y académica es baja o nula. ¿Dejarían ustedes que un mecánico en prácticas intentase arreglar su precioso coche? ¿Una estudiante de peluquería debe aprender con el pelo de usted? Pues trasladando la misma duda al terreno de la política, parece que las opciones se reducen bastante.
Otra cosa. ¿Un grupo más numeroso que otro tiene derecho a imponer sus ideas? Si alguien logra sumar personas, sea cual sea su ideología, y deciden acabar con otro menos numeroso, ¿hay que asumirlo como parte de las reglas del juego? Ustedes pensarán que una cosa son las ideas y otra la violencia. Y tienen razón. Pero todo se mezcla. No hace falta que les recuerde lo que sucedió en la Alemania nazi o en los Balcanes o en Ruanda. Por cierto, aunque lo queramos ver muy lejano en la historia, lo que sucedió en Alemania y, por supuesto, en los Balcanes o Ruanda, está ahí al lado.
Qué asuntos tan peliagudos y tan difíciles de discutir. Tremendos de verdad.
Los que disfrutamos de la novela de Harper Lee Matar a un ruiseñor, hemos recibido con alegría el segundo relato publicado por esta misma autora: Ve y pon un centinela. Y nos hemos encontrado con una propuesta de la señora Lee que tiene mucho que ver con todas estas preguntas que he ido formulando. El libro es una invitación a la reflexión sobre asuntos que nos han planteado como sencillos y justos –un hombre, un voto o igualdad de oportunidades, por ejemplo–, pero que son, en realidad, los que han llevado de cabeza a generaciones y generaciones completas de hombres y mujeres en todos los países del mundo.
Sin ser mejor novela que la primera publicada, es admirable encontrarse con un texto escrito en la década de los años cincuenta que mantiene toda su fuerza expositiva intacta y sigue siendo una propuesta moderna y potente.
En uno de los diálogos del relato en el que intervienen Atticus Finch y su hija Scout (sí, los personajes son los mismos que aparecen en Matar a un ruiseñor aunque la acción se desarrolla años más tarde), el padre intenta explicar a la hija, que se encuentra totalmente contrariada por lo que está sucediendo en su pueblo natal, algunas de esas cosas que tanto le atormentan. Los negros son más numerosos que los blancos aunque siguen viviendo con una preparación académica muy débil; no han sido capaces de avanzar en lo básico. Ella, lógicamente, alude a la falta de oportunidades, a la segregación racial. Él le recuerda que no ha sido así exactamente aunque deja que la joven se exprese con vehemencia como lo hacen los jovencitos si piensan que poseen la verdad. Y, en medio de la conversación, Atticus hace referencia a las ideas que manejaba uno de los padres de la nación norteamericana: Jefferson creía que la plena ciudadanía era un privilegio que tenía que ganarse cada cual, que no era algo que pudiera concederse a la ligera, ni tomarse a la ligera. A su modo de ver, un hombre no podía votar por el simple hecho de ser un hombre. Tenía que ser, además, un hombre responsable. El voto era para Jefferson, un privilegio precioso que se ganaba en una... una economía basada en el vive y deja vivir». La conversación continúa su curso y Atticus pregunta a su hija si quiere una escuela que baje el nivel para integrar a los niños negros, si quiere ver las escuelas, las iglesias o los cines llenos de negros con los mismos derechos... Y termina recordando a Scout que esa igualdad que ella lleva por bandera, para muchos, significa un voto y solo un voto, que los problemas reales de los colectivos desfavorecidos le importan muy poco a los que quieren esa papeleta en una urna y solo buscan poder e intereses que nada tienen que ver con los negros o los gitanos.
Ante este tipo de propuestas literarias es imposible no preguntarse si uno quiere una enseñanza integradora que baje sus niveles retrocediendo años de progreso, si todo individuo debe votar o debe ganarse ese derecho desde la responsabilidad. Las respuestas, tal vez, no deben hacerse públicas sin que maduren lo suficiente puesto que pueden ser lesivas en el caso de ser impulsivas y, seguramente, vacías o mal construidas. Sean unas u otras. Pero hay que formularse las preguntas, buscar las respuestas y construir un criterio. Es sorprendente que Harper Lee ya plantease el problema en su novela hace más de setenta años. Muchos ya lo habían hecho de diferentes maneras. ¿Cómo es posible que esos problemas no estén resueltos ya? ¿Nos hacemos las preguntas adecuadas? Tal vez la solución la encontremos, algún día, en el momento de saber qué estaríamos dispuestos a ceder cada uno de nosotros para no tener la necesidad de plantearnos si un hombre es lo mismo que un voto verdadero, coherente y necesario.
Es la grandeza de la literatura. Es la grandeza del ser humano que quiere crecer para conseguir un mundo mejor.